SED FUERTES EN LA FE
Transcribo parte de un mensaje del año 1904, realizado por San Pío X a unos jóvenes Franceses, dándoles unos consejos que, en mi modesta opinión, tendrían plena vigencia hoy en día, no solo para los jóvenes si no para cualquiera que siga o quiera seguir a Cristo.
«Sed fuertes para custodiar y defender vuestra fe, cuando tantos la
pierden; sed fuertes para conservaros hijos devotos de la Iglesia, cuando tantos
le son rebeldes; sed fuertes para mantener en vosotros la palabra de Dios y
manifestarla con las obras cuando tantos la han expulsado del alma; sed fuertes
para vencer todos los obstáculos que encontrareis en el ejercicio de la acción
católica, para vuestro mérito y para ventaja de vuestros hermanos.
No tengáis
miedo de que la Iglesia con estos consejos quiera imponeros grandes sacrificios
o prohibiros los lícitos recreos; solamente quiere haceros notar el valor de
vuestra edad, que es la edad de las bellas esperanzas y de los santos
entusiasmos; de manera que en el otoño de vuestra vida podáis coger copiosos
frutos, de cuyas flores estuvo llena vuestra primavera; y por esto sólo os
recomiendo que pongáis como fundamento de todas vuestras obras el santo temor
de Dios y la cristiana piedad. La piedad os es necesaria, porque debiendo
ejercitar sobre vuestros compañeros un apostolado, necesitáis la ayuda que el
Señor no otorga ordinariamente más que a los buenos que se la piden. La piedad
os es necesaria para alcanzar el fin de vuestras obras con el buen ejemplo,
porque dice el poeta: son más lentas en excitar los ánimos las cosas que entran
por los oídos que las que se presentan a los ojos. A lo que añade el filósofo:
el camino largo que se recorre con los preceptos se vuelve breve con los
ejemplos. Que no se pueda aplicar a vosotros el conocido proverbio: predica
bien, pero razona mal.
La piedad os es necesaria no sólo para conservaros
buenos cristianos, si no también para no degradar vuestra naturaleza de hombres. Estoy
bien lejos de juzgar con severidad el tiempo presente, porque hay hombres
óptimos en cada clase, en cada condición, en cada edad; pero sangra el corazón
al ver a tantos jóvenes que habiendo olvidado ser cristianos, tienen por lo
menos disminuida la dignidad humana. Alguien podrá decir que es exagerada esta
proposición porque, si todos reconocen en muchos la indiferencia por la
religión, y una casi total inobservancia de las prácticas cristianas, no todos
consideran que se haya socavado la dignidad humana. ¿Quizás se encuentren, a
pesar de todo, en muchos de estos indiferentes e inobservantes por lo menos las
virtudes naturales? ¿Dónde está la razonable obediencia, el respeto a la
autoridad, la justicia severa e independiente, el patriotismo desinteresado, la
libertad respetada y, con estos principios insertados por Dios en nuestros
corazones, aquél fundamental de no hacer a los otros lo que no quisiéramos que
nos hicieran a nosotros mismos?
¡Oh! Persuadiros, queridos jóvenes, que sin una buena
base religiosa aun la simple honestidad natural se desvanece; y por lo tanto os
aconsejo nuevamente que améis la piedad, que practiquéis la religión, y
entonces estaréis fuertes también para vencer los respetos humanos, para no
avergonzaros de ser cristianos católicos no solo de palabra sino con obras, y
de este modo conservando en vosotros la palabra de Dios: es decir, siempre viva
la fe recibida en el Santo Bautismo, volveréis fructífero vuestro apostolado
porque vuestros mismos adversarios, que aparentemente os escarnecen, para sus
adentros harán homenaje a vuestra virtud, y vosotros sin casi daros cuenta
obtendréis en su conversión el más espléndido de los triunfos».
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