HOMILIA DOMINGO 13 MARZO (Francesc Jordana)
Queridos hermanos y hermanas,
Al nordeste de la costa
australiana hay la Gran Barrera de Coral. Dos mil seiscientos quilómetros de
escollos de coral. Es tan grande que se
ve desde el espacio. Infinidad de especies de animales sólo se encuentran en sus
aguas.
En nuestra vida también hay
una Gran Barrera, pero no es una barrera de coral, es una barrera que nosotros
mismos hemos construido y que nos impiden vivir la primera lectura y el salmo.
En la primera lectura se nos hacía
un canto a la esperanza: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo
antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”.
En el contexto de la cuaresma
este texto, esta lectura, hace falta interpretarla en clave de renovación, de
cambio, de transformación.
Y el salmo apunta la misma
dirección. En la respuesta decíamos: “El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. Será magnífico lo
que el Señor hará a favor nuestro durante el triduo pascual, durante la Pascua y
Pentecostés. Dios pasará por nuestras vidas renovándolas. (Pascua = paso del Señor)
La gran barrera espiritual
que tenemos es no creer en la gracia. No creer que sea posible esta
transformación. No creer que Dios pasará por nuestra vida. En definitiva, la
Gran Barrera espiritual es no creer en un Dios que actúa en nuestras vidas.
La gran barrera espiritual, y
esta hace más de dos mil seiscientos quilómetros, es que nos fiemos de los cálculos
humanos, de nuestros cálculos. Pensemos que no podemos llegar más lejos de donde
llegan nuestras capacidades, y esto excluye la acción de Dios. El límite lo pone
uno mismo.
Olvidamos una cosa
importantísima: Dios actúa a través de mediaciones pobres, perfectibles. Nuestra
pobreza, nuestra imperfección, no excluye
la acción de Dios. Pensemos en Pablo, el perseguidor de Cristo, pensemos en Pedro,
aquel que recibe de Jesús la reprimenda más dura. “Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no piensas
como Dios, sino como los hombres”.
¡Aquí está la clave, no pensar
como un hombre, sino como Dios! Aquí está la clave, cambiar de mentalidad.
Superar cálculos humanos, visiones humanas, fiarse en verdad de Dios, dejar que Él vaya delante.
Cada uno sabrá como concretarlo,
para que Dios pueda hacer en su vida una cosa nueva, que renueve nuestra vida y
la de nuestra parroquia, y con gozo lo celebremos.
Pasemos al evangelio.
Contemplamos a Jesús orando, es lo que hacía cuando iba al monte de los Olivos.
Contemplamos a Jesús enseñando en el templo, rodeado de mucha gente. Y los maestros
de la ley y los fariseos se acercan con una pregunta insidiosa; si Jesús dice
que es necesario apedrear, no es tan misericordioso y tan amigo de pecadores
como dice; si Jesús dice que no se ha de apedrear, va contra la ley de Moisés. Pregunta
trampa.
La respuesta de Jesús “El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra”. Respuesta genial, inesperada,... viene a decir... “todos
sois pecadores”. “Si tú también eres un pecador, qué derecho tienes a apedrear
a otro pecador.”
Traducimos la enseñanza al siglo
XXI: Si todos somos pecadores, cómo atrevernos a juzgar al prójimo. Si todos
somos pecadores, cómo atreverse a criticar al otro.
¿No será la falta de
conciencia de ser pecadores que nos lleva a juzgar y criticar? Estos días hemos
contemplado a Jesús sentado a la mesa con pecadores, al Padre abrazando al hijo
pródigo, Jesús perdonando la mujer adúltera. La liturgia con esta reincidencia
temática ¿no nos estará diciendo alguna
cosa? ¡Descúbrete pecador!
El evangelista no lo dice,
pero, aquella mujer marchó, no pecó más y
cambió de vida, porque creyó en Jesús y su gracia. Amén.
Francesc Jordana
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