El mal tiene una respuesta
La noche ha dado paso al amanecer más hermoso de la Historia. Cristo
vive es la noticia que recorre el universo como un reguero de pólvora. Es
el tiempo de la Vida, del Amor, de la alegría. Cristo resucitado es la
permanente respuesta del Padre al mal del mundo, al pecado, al dolor. Cuando
creíamos que todo acabaría mal, cuando se agota nuestra esperanza, cuando
parece que el triunfo ha sido la muerte, entonces, el Padre responde con Cristo
resucitado, como nos recuerda la Vigilia Pascual. Es nuestra fuerza y la
respuesta de Dios contra todas las tentaciones de fracaso. No es verdad que la
última palabra la tenga la muerte, ni la injusticia, ni el dolor, ni el fracaso
de una Humanidad sumergida en el dolor terrible, desde siempre. No, la última
palabra la tiene el Camino de la Vida verdadera que se llama Jesús.
San Pablo lo afirma sin titubeos: «Si Cristo no hubiese resucitado, vana
sería nuestra fe». El teólogo Manaranche, en un precioso libro, titulado Un
Amor llamado Jesús, explica a los jóvenes que, si Cristo no estuviera vivo,
le llevarían flores, por algún tiempo, sus incondicionales, pero aquello fue
otra cosa. No podían tener por mucho tiempo secuestrado en la muerte al que es
la Vida. Ésta es la noche más luminosa del año. Éste es el día en el que la
Iglesia se llena de alegría, de un gozo inusitado, al escuchar el Pregón, la
Buena Noticia: «No busquéis entre los muertos al que vive»; y sigue
proclamando: «Feliz culpa que mereció tal Redentor», que nos recuerda a san
Pablo clamando que, «para los que aman a Dios, todo les sirve para su bien».
La alegría de la Resurrección que la Iglesia nos convoca a vivir en la
cincuentena pascual es para que nos enteremos de la fiesta. En el fondo
es siempre el centro y lo que da sentido a nuestra fe.
Un filósofo alemán que se confesaba no creyente estuvo unos días en una
hospedería de un convento de carmelitas. Al finalizar su estancia, agradecido
por el trato recibido, quiso despedirse de la superiora, y ésta, en un momento
de la despedida, le preguntó si algo especial le había llamado la atención, en
el transcurso de su estancia. Este hombre le dijo que sí, que había unos
momentos del día en que se escuchaban, dentro del convento, cantos y risas. La
madre, le dijo: «Son los momentos del recreo porque estamos en Pascua, y es, ni
más ni menos, la alegría que nos da Jesús». -«¡Pero si Jesús murió hace 2000 años!»,
le contestó este hombre. Y, con una sonrisa en los labios, la superiora le
respondió: «¿Pero a usted no le dijeron que está vivo, que ha resucitado?»
Es verdad que murió, pero vive para siempre. Vive siempre para nosotros.
Así, quienes comulgamos cuando nos acercamos a la Eucaristía, es la carne de
Cristo vivo lo que recibimos. Se perdonan los pecados porque ha triunfado con
la Resurrección, y, con ella, toda la Iglesia. Sólo en la medida en que tenemos
una profunda relación y vivimos con el gozo del Resucitado, nuestra vida se
convierte en Fiesta de Pascua, el paso de la muerte a la vida. La noche se
disipa y descubrimos el latido del Corazón de Cristo resucitado en todas las
circunstancias de la vida. Él vive para siempre.
+ Francisco
Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres
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