¿Por qué una Nueva Evangelización?
Seguimos con gran interés el Sínodo de los obispos reunidos entorno a Benedicto XVI en Roma este mes. Os compartimos los extractos de una intervención que nos parece interesante y estimuladora.
Si es “nueva”, entonces, ¿qué ha perdido el pueblo
cristiano?, ¿qué, como Iglesia, no hemos sabido ofrecerle?
No es posible realizar la Nueva
Evangelización sin abrirse a la acción del Espíritu Santo y a su gracia, pues
Él es quien otorga los carismas para el anuncio de Jesucristo y el servicio a
la sociedad como discípulos de Jesús. El Espíritu es quien hace realidad la
alegría y el gozo con el que hay que evangelizar.
Sin un modo de autocomprensión y de ser y estar en el
mundo contemporáneo que profundice la enseñanza del Concilio Vaticano II, la
Iglesia no podrá empeñarse en una Nueva Evangelización. Es fundamental definir
la relación “Iglesia-mundo actual”. De no hacerlo, seguiríamos dando la
impresión de “institución”, y no de asamblea reunida en torno a Jesucristo,
donde todo lo humano tiene cabida. Es esta comunidad de fe y de discípulos
misioneros al servicio del mundo (diakonia),
la que recibió la misión de anunciarlo.
No hablamos de Nueva Evangelización sólo porque los otros
han cambiado. Es hora de preguntarnos: ¿qué pecados tiene la Iglesia que nos
han llevado a una Nueva Evangelización? Un estado de la cuestión sobre la Iglesia en si misma y
su lugar en el mundo es imprescindible a la hora de una Nueva Evangelización.
La comunión es
la fuente y el fruto de la Nueva Evangelización, porque Dios trino, de quien
procede la Iglesia y a quien la Iglesia tiene que anunciar, es relación y
comunión y, además, porque hoy vivimos en una sociedad particularmente
individualista. Esta comunión trinitaria es la que hace realidad la comunión
efectiva entre nosotros y es de aquí de donde debe brotar la misión. Esto
también es esencialmente trinitario...
La fuente de la
Nueva Evangelización es Dios Trino. Quién evangeliza es Dios Padre, quien por
amor, conduce su designio salvador para la humanidad; es Dios Hijo, quien con
su misterio pascual es oferta de gracia y verdad; es el Espíritu Santo, quien
hace posible la comunión con Dios salvador en el seno de la Iglesia y el
corazón de los creyentes; el Espíritu es quien acompaña y sustenta a los
evangelizadores.
La Nueva
Evangelización tiene por contenido el anuncio por la palabra y el testimonio de
Cristo Resucitado, vivo, cercano, fuente de amor. Este anuncio y testimonio
tiene que llevar al encuentro personal con Él y, en Él, con el Padre.
La familia es
un ámbito de primera importancia cuando se piensa en qué hay que evangelizar
(destinatario), pero también cuando se piensa en quién tiene que evangelizar
(sujeto). Dentro de la familia, los niños son los primeros destinatarios de la
evangelización de padres evangelizados.
Es indispensable valorar y fortalecer la labor de los catequistas y de la
catequesis. Con catequistas bien formados se puede desarrollar una catequesis
que se entienda y practique como proceso de discipulado, es decir, como
una real experiencia de fe en el seguimiento del Señor.
Para este
proceso se requieren formas inteligibles (lenguajes) de dirigirse a la gente de
hoy considerando sus anhelos y culturas.
Sin la función
evangelizadora de los fieles laicos en su ámbito propio, que es la gestión de
la vida familiar, social, política, económica y cultural, no habrá Nueva
Evangelización. Pero éstos requieren una formación integral y el reconocimiento
efectivo de que son corresponsables en la tarea del Reino. La vocación y misión
de los laicos requiere una profunda reflexión sobre la valencia teológica de la
secularidad, de su inserción en el mundo, sobre todo en los nuevos areópagos, y
de su participación en la Iglesia. Al respecto, habría que revisar qué
servicios eclesiales habría que confiar a los laicos teniendo en cuenta la
Nueva Evangelización y los nuevos escenarios.
El estilo de la
Nueva Evangelización es un testimonio alegre, atrayente y audaz de la fe; por
tanto, el nuevo estilo de evangelizar no se caracteriza por “imponer”, sino por
“atraer”.
Evangeliza una
Iglesia pobre que renueva su opción por los pobres y marginados, como Cristo
Jesús, pues ellos, son destinatarios privilegiados de la salvación. “No he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
El lenguaje,
como mediación para comunicar la Buena Nueva de Jesucristo, requiere una
atención especial. Se hace necesario un examen de conciencia sobre nuestro uso
del lenguaje y si somos capaces o no de expresarnos en un mundo donde hay
nuevos lenguajes. Nuestro lenguaje peca de clericalismo.
La renovación de la Iglesia particular y, en ella, la
renovación de la parroquia, para replantearla como casa y escuela de comunión,
lugar eclesial de espiritualidad y donde se aprende la comunión y la
corresponsabilidad en la misión de la Iglesia, con mayor razón hoy, cuando se
diluye la persona y aparece el individuo o la masa.
La Nueva Evangelización
pasa por una parroquia de “rostro nuevo”, capaz de acompañar en la fe y en el
mundo personal y afectivo a la gente, de lo que más se carece hoy en nuestra
sociedad. Las parroquias debieran ser una red de comunidades eclesiales que, en
sus concretos contextos, sustenten la fe en Cristo Jesús y su seguimiento y,
por lo mismo, el crecimiento en la dimensión humana integral. Estos “cuerpos
eclesiales” (las parroquias y sus comunidades) son los llamados a mostrar al
Señor resucitado, que da vida y sentido a la existencia.
Quizás el problema más
acuciante de la Nueva Evangelización es la constitución y acompañamiento de
estas pequeñas comunidades eclesiales.
Monseñor Santiago Jaime Silva Retamales,
obispo auxiliar de Valparaíso, Chile
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