CRISIS
La palabra crisis es la más mentada y comentada. Está en todas las bocas, en todas las calles y en todos los medios. ¡Y afecta a tantas vidas!
Crisis económica, financiera, laboral, política, social, matrimonial, familiar, eclesial. Crisis y más crisis. Crisis de época.
Lo peor es que la crisis se vaya aferrando a la mente y al corazón. En este caso es dañina, porque roba la alegría, el estimulo y la confianza.
¡Por lo menos! Con todo, la crisis, en el fondo, es palabra positiva: ocasión, oportunidad de cambio o mutación para bien o para mal. Debería ser siempre para bien, para mejor, para corrección y superación.
Pero hay una crisis raíz de las demás: la crisis moral, de valores y principios; y más aún, la crisis de fe. De esta se habla menos. ¿Por qué?
La crisis de fe
—también en la Iglesia
de Occidente— es tan real y peor que las otras crisis mencionadas. La crisis de
fe es más grave, mucho más grave que las otras. ¿Estaremos al borde del
precipicio también en la fe?
Si es urgente
salir de la crisis económica, —en la práctica nadie sabe cómo— es urgente de
toda urgencia Creer. Dicho de otro modo, quienes hemos recibido el don de la
fe, decididamente hemos de re-creer lo creído con la mente y confirmarlo con el
corazón y la vida. Como no podemos vivir sin aire para respirar, no podemos
vivir sin Dios creído, aceptado y amado. ¿Quién dará sentido, si no, a la vida,
al origen y al fin, a lo que somos y hacemos? Cuando se ha perdido el sentido,
se ha perdido el norte, la orientación, y la persona se convierte en una veleta
loca que gira y gira sobre sí. ¿Para qué sirve?
Creer es profundamente humano; lo que es igual a felicidad y paz, a realización personal. Conviene subrayarlo: el acto de creer es un acto esencial de la condición humana. No se puede vivir sin él. Ni personal ni socialmente. No es, pues, un acto vergonzante. Es noble y auténticamente humano. Prescindir de él es deshumanizarnos. Así de claro. “Donde está Dios, allí hay futuro” (Benedicto XVI).
Creer es profundamente humano; lo que es igual a felicidad y paz, a realización personal. Conviene subrayarlo: el acto de creer es un acto esencial de la condición humana. No se puede vivir sin él. Ni personal ni socialmente. No es, pues, un acto vergonzante. Es noble y auténticamente humano. Prescindir de él es deshumanizarnos. Así de claro. “Donde está Dios, allí hay futuro” (Benedicto XVI).
Creer es también
necesidad vital cristiana. La forma más visible, alta y comprometida del creer
humano, es el Creer religioso. Hechos reales, personales, muy altos y nobles de
la historia de la Iglesia
y del mundo lo confirman sobradamente.
Un ejemplo tan sólo: la madre Teresa de Calcuta y sus religiosas con los más pobres de los pobres. ¡Y hay tantos!
Pero, ¿en qué consiste ese Creer religioso para que sea verdadero y lleve a altas cotas de entrega personal de amor a Dios y a los demás? Consiste en la confianza total del hombre en un Dios con el que se ha encontrado personalmente.
Para nosotros cristianos, creer es un acto interpersonal por el que el discípulo se da a Jesús, se pone a su disposición y pone en él toda su confianza. “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Este encuentro se ha realizado en el bautismo: un encuentro que le ha hecho y es hijo de Dios, porque el bautismo le ha identificado con el Hijo Jesucristo y le ha hecho, por ende, hombre Nuevo, criatura Nueva. Y es tal, porque participa de la naturaleza divina. Desde ahí, la fe del cristiano es verdadera y total confianza en Dios. La fe religiosa, cristiana, está caracterizada por el encuentro personal y la consiguiente confianza en Dios. Sin encuentro no puede haber confianza y sin confianza el hombre no llega a relacionarse ni a conocer, ni creer, a Dios.
¿Quién no ve la urgencia de Creer, de reapropiarse de la fe, de reavivar el don recibido para salir de este marasmo cruel en una vida personal y social sin futuro, sin aliento, sin sentido? Una vida así es malsana.
Un cristianismo sin fe es un gran engaño, un drama titulado: “A vivir, que son dos días”.
Es la hora de volver a Creer. Es la propuesta más decisiva, seria y de futuro quela Iglesia vuelve a proponer
a todo hombre sensato y de corazón noble, a todo cristiano: el Año de la Fe.
Dios , Cristo, está
ahí al alcance de la mano. ¿Lo quieres o lo dejas? La respuesta es de cada uno.
Un ejemplo tan sólo: la madre Teresa de Calcuta y sus religiosas con los más pobres de los pobres. ¡Y hay tantos!
Pero, ¿en qué consiste ese Creer religioso para que sea verdadero y lleve a altas cotas de entrega personal de amor a Dios y a los demás? Consiste en la confianza total del hombre en un Dios con el que se ha encontrado personalmente.
Para nosotros cristianos, creer es un acto interpersonal por el que el discípulo se da a Jesús, se pone a su disposición y pone en él toda su confianza. “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Este encuentro se ha realizado en el bautismo: un encuentro que le ha hecho y es hijo de Dios, porque el bautismo le ha identificado con el Hijo Jesucristo y le ha hecho, por ende, hombre Nuevo, criatura Nueva. Y es tal, porque participa de la naturaleza divina. Desde ahí, la fe del cristiano es verdadera y total confianza en Dios. La fe religiosa, cristiana, está caracterizada por el encuentro personal y la consiguiente confianza en Dios. Sin encuentro no puede haber confianza y sin confianza el hombre no llega a relacionarse ni a conocer, ni creer, a Dios.
¿Quién no ve la urgencia de Creer, de reapropiarse de la fe, de reavivar el don recibido para salir de este marasmo cruel en una vida personal y social sin futuro, sin aliento, sin sentido? Una vida así es malsana.
Un cristianismo sin fe es un gran engaño, un drama titulado: “A vivir, que son dos días”.
Es la hora de volver a Creer. Es la propuesta más decisiva, seria y de futuro que
Padre Gregorio, cpcr
Comentarios
Publicar un comentario
A la hora de expresarse tengamos en cuenta la ley de la Caridad