ANUNCIAR LO QUE LLEVAMOS DENTRO



   Cuando hacemos nosotros la nueva evangelización es siempre cooperación con Dios, está en el conjunto con Dios, está fundada en la oración y en su presencia real. 
     La fe tiene un contenido: Dios se comunica, pero este Yo de Dios se muestra realmente en la figura de Jesús y está interpretado en la «confesión» que nos habla de su concepción virginal del Nacimiento, de la Pasión, de la Cruz, de la Resurrección. 
    Este mostrarse de Dios es todo una Persona: Jesús como el Verbo, con un contenido muy concreto que se expresa en la «confessio». Por tanto, el primer punto es que nosotros debemos entrar en esta «confesión», penetrar en ella.

   Por San Pablo, Epístola a los Romanos10, sabemos que el puesto de la «confesión» está en el corazón y en la boca: debe estar en lo profundo del corazón, pero también debe ser pública; debe ser anunciada la fe que se lleva en el corazón: no es sólo una realidad en el corazón, sino que quiere ser comunicada, ser confesada realmente ante los ojos del mundo. 
   Así debemos aprender, por una parte, a estar realmente  penetrados en el corazón por la «confesión», y desde el corazón también debemos encontrar, junto con la gran historia de la Iglesia, la palabra y el coraje de la palabra, y la palabra que indica nuestro presente, esta «confesión» que, sin embargo, es siempre una. 


    La «confesión» no es sólo algo del corazón y la boca, sino también de la inteligencia; debe ser pensada y así, pensada e inteligentemente concebida, llega al otro y significa que mi pensamiento está realmente situado en la «confesión». No es algo puramente abstracto e intelectual, la «confessio» debe penetrar también en los sentidos de nuestra vida. 
   San Bernardo de Claraval nos ha dicho que Dios, en su revelación, en la historia de la salvación, le ha dado a nuestros sentidos la posibilidad de ver, de tocar, de gustar la revelación. Dios ya no es algo sólo espiritual: ha entrado en el mundo de los sentidos y nuestros sentidos deben estar llenos de este gusto, de esta belleza de la Palabra de Dios, que es realidad. 


   La melodía de Dios debe entonar nuestro ser en su totalidad.
    Pero la «confessio» no es algo abstracto, es «caritas», es amor. Sólo así es realmente el reflejo de la verdad divina, que, como verdad, es inseparablemente también amor. El texto describe, con palabras muy contundentes, este amor: es ardor, es llama, enciende a los demás.
   Hay una pasión nuestra que debe crecer desde la fe, que debe transformarse en el fuego de la caridad. Jesús nos ha dicho: "He venido para echar fuego a la tierra y como querría que ya estuviese encendido". Orígenes nos ha transmitido una palabra del Señor: «Quien está cerca de mí está cerca del fuego». 


    El cristiano no debe ser tibio. El Apocalipsis nos dice que este es el mayor peligro del cristiano: que no diga no, sino un sí muy tibio. Esta tibieza desacredita al cristianismo. La fe tiene que ser en nosotros llama del amor, una llama que realmente encienda mi ser, que sea una gran pasión de mi ser, y así encienda al próximo. 
   Este es el modo de la evangelización: que la verdad se vuelva en mí caridad y la caridad encienda como fuego también al otro. Sólo con este encender al otro por medio de la llama de nuestra caridad crece realmente la evangelización, la presencia del Evangelio, que ya no es sólo palabra, sino también realidad vivida.
Benedicto XVI en la apertura del Sinodo para la Nueva Evangelizacion

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