Año de la fe
Hoy comienza el Año de la fe, Año de gracia para toda la Iglesia, para todo cristiano, para todo hombre que busca sinceramente el sentido de su vida.
En
su Carta Apostólica “Porta Fidei” en la que nos prsentaba este
Año especial, Benedicto XVI presenta un párrafo
dinámico sobre cómo toda la Iglesia ha respondido al don sublime de
la fe.
A
lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia
de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse
de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la
gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el
crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio
de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y
constante acto de conversión, con el fin de experimentar la
misericordia del Padre que sale al encuentro de todos. Durante este
tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y
completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento
todo afán y todo anhelo del corazón humano.
Por
la fe, María acogió la
palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería de Dios en la
obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó
su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en
quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor
dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc
2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para
salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la
misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él
hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los
frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos
en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce,
reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo
(cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por
la fe, los Apóstoles
dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28)...
Por
la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos
en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo
de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se
les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la
profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y
ministerios que se les confiaban.
También
nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor
Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
14.
El Año de la fe será también una
buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San
Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la
caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13,
13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los
cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno,
hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso
salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos
de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz,
abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo,
¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no se tienen obras, está
muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo
obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te
mostraré la fe”» (St 2, 14-18). La fe sin la caridad no da fruto,
y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de
la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una
permite a la otra seguir su camino.
BENEDICTUS
PP. XVI
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