MARIALIS CULTUS
La piedad de la Iglesia hacia
la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La
veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar
-desde la bendición de Isabel (cf. Lc. 1, 42-45) hasta las expresiones de alabanza
y súplica de nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de su «lex orandi»
y una invitación a reavivar en las conciencias su «lex credendi». Viceversa: la
«lex credendi» de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su
«lex orandi» en relación con la Madre de Cristo.
Culto a la Virgen de raíces
profundas en la Palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmáticos: la
singular dignidad de María «Madre del Hijo de Dios y, por lo mismo, Hija
predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por tal don de gracia
especial aventaja con mucho a todas las demás criaturas, celestiales y
terrestres» (119), su cooperación en momentos decisivos de la obra de la
salvación llevada a cabo por el Hijo; su santidad, ya plena en el momento de la
Concepción Inmaculada y no obstante creciente a medida que se adhería a la
voluntad del Padre y recorría la vía de sufrimiento (cf. Lc 2, 34-35; 2, 41-52;
Jn 19, 25-27), progresando constantemente en la fe, en la esperanza y en la
caridad; su misión y condición única en el Pueblo de Dios, del que es al mismo
tiempo miembro eminentísimo, ejemplar acabadísimo y Madre amantísima; su
incesante y eficaz intercesión mediante la cual, aún habiendo sido asunta al
cielo, sigue cercanísima a los fieles que la suplican, aún a aquellos que
ignoran que son hijos suyos; su gloria que ennoblece a todo el género humano,
como lo expreso maravillosamente el poeta Dante: «Tú eres aquella que
ennobleció tanto la naturaleza humana que su hacedor no desdeño convertirse en
hechura tuya» (120); en efecto, María es de nuestra estirpe, verdadera hija de
Eva, (aunque ajena a la mancha de la Madre, y verdadera hermana nuestra, que ha
compartido en todo, como mujer humilde y pobre, nuestra condición).
Pablo VI
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