LA BATERIA DEL CRISTIANO
PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Si el cristiano cede a la tentación de la «espiritualidad
del espejo», no alimenta su luz con la «batería de la oración» y se mira «sólo
a sí mismo» sin entregarse a los demás, se debilita su vocación y se convierte
en una lámpara que no ilumina y en sal que no da sabor. Lo recordó el Papa
Francisco que, en la misa celebrada el martes 7 de junio en Santa Marta, tomó
de la liturgia la célebre comparación evangélica destacando la eficacia del
lenguaje de Jesús que «siempre habla a los suyos con palabras fáciles» a fin de
que «todos puedan comprender el mensaje». En el pasaje de Mateo (5, 13-16),
puso de relieve el Pontífice, se encuentra, en efecto, «una definición de los
cristianos: el cristiano debe ser sal y luz. La sal da sabor, conserva, y la
luz ilumina». Un ejemplo que invita a la acción, ya que «la luz no fue hecha
para estar oculta, porque escondida ni siquiera se conserva: se apaga» y
«tampoco la sal es un objeto de museo o de armario, de cocina, porque al final
se arruina con la humedad y pierde su fuerza, su sabor».
Pero, se preguntó el Papa, «¿cómo hacemos para evitar que la
luz y la sal pierdan sus características?», es decir, «¿cómo se hace para
evitar que el cristiano deje de ser tal, sea débil, se debilite precisamente su
vocación?». Una respuesta se puede encontrar en otra parábola, la «de las diez
vírgenes (Mateo 25, 2): cinco necias y cinco prudentes». La prudencia y la
necedad, explicó Francisco, viene del hecho «que algunas habían llevado consigo
el aceite, para que no faltase» mientras que las otras, «jugueteando con la
luz», se «olvidaron» y su luz acabó apagándose. Por lo demás, añadió el Papa
con un ejemplo más actual, «también la lámpara, cuando comienza a debilitarse,
nos dice que tenemos que recargar la batería».
La conclusión es, por lo tanto, la misma: «¿Cuál es el
aceite del cristiano? ¿Cuál es la batería del cristiano para producir la luz?
Sencillamente la oración». Al respecto, el Pontífice quiso profundizar: «Tú
puedes hacer muchas cosas, muchas obras, incluso obras de misericordia, puedes
hacer muchas cosas grandes por la Iglesia —una universidad católica, un
colegio, un hospital...—, e incluso te harán un monumento de bienhechor de la
Iglesia», pero «si no rezas» todo esto no aportará luz. «Cuántas obras —dijo—
se convierten en algo oscuro, por falta de luz, por falta de oración». Y por
oración, explicó el Papa, se entiende «la oración de adoración al Padre, de
alabanza a la Trinidad, la oración de acción de gracias, también la oración con
la que se piden cosas al Señor», pero siempre una «oración del corazón». Es
precisamente ese «el aceite, esa es la batería, que da vida a la luz».
Pasando al ejemplo de la sal, Francisco indicó «otra actitud
del cristiano»: así como la sal que, para no convertirse en «algo que se debe
tirar, pisotear o en un objeto de museo y olvidado en el armario», se debe
usar, del mismo modo el cristiano debe «entregarse» y «dar sabor a la vida de
los demás; dar sabor a muchas cosas con el mensaje del Evangelio». El cristiano
no debe «conservarse a sí mismo» sino que «es sal para entregarse». Jesús, dijo
Francisco, «elige bien» sus ejemplos: «tanto la luz como la sal son para los
demás, no para sí mismo», en efecto «la luz no se ilumina a sí misma» y «la sal
no da sabor a sí misma». Alguien podría objetar: «Si yo me entrego, doy mi sal
y también mi luz, todo se acabará y también yo terminaré en la oscuridad». Pero
allí, aclaró el Papa, «es cuando se hace presente la fuerza de Dios, porque el
cristiano es una sal donada por Dios en el Bautismo: es la sal del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo que viene a tu alma; es la luz del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo que viene a tu alma».
Este don lo sigues recibiendo si lo compartes. «Y nunca se
acaba». Nos lo explica, por ejemplo, la Escritura con el episodio narrado en la
primera lectura (1 R 17, 7-16) donde Elías dice a la viuda de Sarepta: «No
temas que se acabe la harina y el aceite. Entra y haz como has dicho», y le
pide: «pero primero haz una torta pequeña para mí y traémela, y luego la harás
para ti y para tu hijo. Porque así habla Señor, Dios de Israel: No se acabará
la harina en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que
el Señor conceda la lluvia sobre la faz de la tierra». También en ese caso,
explicó el Pontífice, «es el Señor quien hace el milagro».
Por ello, concluyó el Papa dirigiéndose a cada cristiano:
«Ilumina con tu luz, pero defiéndete de la tentación de iluminarte a ti mismo».
La «espiritualidad del espejo» es «una cosa fea». Y añadió: «Defiéndete de la
tentación de cuidarte a tí mismo. Sé luz para iluminar, sé sal para dar sabor y
conservar». Que por las obras, se lee en la Escritura, «vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». Es decir, explicó
Francisco, hay que «volver» a Aquel «que te dio la luz y te dio la sal» y pedir
auxilio al Señor para que «nos ayude en esto: a cuidar siempre esa luz, no
ocultarla, convertirla en acción; y la sal, darla, lo necesario, lo que se
necesite, pero entregarla». Si la sal se esparce «aumenta» y la luz «ilumina a
mucha gente»: son estas «las buenas obras del cristiano»
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 23
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