LA URGENCIA Y EL FINAL DE LOS TIEMPOS (ESTRACTO)


Es muy fácil, y muy frecuente, desviar las palabras de Jesús hacia especulaciones falsamente teológicas, y así evitar su exigencia concreta. Estas parábolas de la urgencia a menudo se aplican al ámbito escatológico, es decir, al "final de los tiempos". Pero es un truco maligno, una trampa. A nadie nos interesa cómo ni cuándo será el fin de los tiempos. La urgencia es otra, mucho menos espectacular y mucho más apremiante.

La urgencia es que millones de hermanos míos se mueren hoy de hambre. La urgencia es que millones de niños son prostituidos. La urgencia es que millones personas no pueden creer en Abbá porque no ven nada de hermandad, ni han tenido nunca cariño.


La urgencia es que nosotros la iglesia nos preocupamos mucho más de nuestros ritos y nuestra ortodoxia que de la angustia de millones de hermanos. La urgencia es que en nosotros no ven el amor y la solidaridad, que no damos soluciones a los problemas del mundo, que nos preocupamos más de la integridad de la liturgia que de dar soluciones a los separados, nos preocupamos más de asegurar nuestras inversiones que de dar de comer al hambriento, dedicamos más tiempo a la especulación ortodoxa que a la explotación de los miserables.
La urgencia es que, por todo eso y mucho más, no creen en nosotros la iglesia, y no pueden creer en el mensaje de Jesús: que Dios les quiere. La urgencia es que va para nosotros la frase terrible de Jesús a los escribas y fariseos "ay de vosotros que ni entráis ni dejáis entrar".


Hay muchas personas, seguidores de Jesús, que por todo el mundo hacen presente el amor del Padre trabajando heroicamente por sus hijos. Pero entre nosotros, la magnífica Iglesia del primer mundo, somos más los que dormimos, con las lámparas apagadas. Y ésa es nuestra propia y personal urgencia. Nosotros nos estamos perdiendo la Fiesta, nosotros no esperamos al Novio, nosotros tenemos poco que ver con el Reino. Esa es nuestra urgencia personal. Como buscamos ante todo nuestra vida, la estamos echando a perder.


José Enrique Galarreta. Fuente: Fe adulta



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