ESPÍRITU SANTO, PRISIONERO DE LUJO
Un perfecto desconocido o incluso «un prisionero de lujo»: esto es el
Espíritu Santo para los muchos cristianos que desconocen que es él quien «mueve
a la Iglesia», llevándonos a Jesús, haciéndonos «reales» y «no virtuales». El
aliento a reflexionar sobre el papel central que tiene el Espíritu Santo en la
vida de los creyentes, precisamente en la semana anterior a Pentecostés, fue el
tema de la homilía del Papa Francisco en la misa del lunes 9 de mayo, por la
mañana, en Santa Marta.
Al inicio de la celebración el Papa, indicando la imagen de santa Luisa de
Marillac ubicada junto al altar, recordó su memoria litúrgica. Y es la primera
vez que se celebra en esta fecha: desde la canonización, en 1934, hasta hoy se
celebraba el 15 de marzo. Además, es hoy el aniversario de su beatificación,
celebrada el 9 de mayo de 1920. Una jornada particularmente importante, explicó
el Pontífice, porque Luisa de Marillac es la fundadora de las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paúl, «las hermanas que trabajan y llevan adelante»
la Casa Santa Marta. Por ello, dijo Francisco, «ofreceré la misa por las
hermanas de la casa».
Para la homilía, el Papa se inspiró en el pasaje tomado de los Hechos de
los apóstoles (19, 1-8). Pablo encuentra en Éfeso a algunos discípulos que
creían en Jesús y les pregunta: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando
abrazasteis la fe?». Y ellos, después de mirarse un poco asombrados, le
respondieron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el
Espíritu Santo».
Pablo retoma inmediatamente el diálogo preguntando qué bautismo habían
recibido, a lo que los discípulos dijeron: «El bautismo de Juan». Así, Pablo
les explica que «ese era un bautismo de penitencia, de preparación». Escuchando
a Pablo, los discípulos de Éfeso «se hicieron bautizar en el nombre del Señor
Jesús». Así, pues, explicó el Papa, «es un camino: el camino de conversión,
pero faltaba el bautismo y luego la imposición de las manos, para que viniera
el Espíritu Santo».
«También hoy sucede lo mismo» afirmó el Pontífice. «La mayor parte de los
cristianos» sabe poco o nada sobre el Espíritu Santo, así que pueden hacer
propia la respuesta de los discípulos de Éfeso a Pablo: «No hemos oído decir
siquiera que exista el Espíritu Santo». Y si preguntamos a muchas buenas
personas: «¿quién es el Espíritu Santo para ti?» y «¿qué hace y dónde está el
Espíritu Santo?», la única respuesta será que es «la tercera persona de la
Trinidad». Exactamente como lo aprendieron en el catecismo. Pero si le
preguntas: «¿qué hace?», te responden que «está allí». Y «allí se quedan
nuestros cristianos».
«El Espíritu Santo —explicó Francisco— es el que mueve la Iglesia; quien
trabaja en la Iglesia, en nuestro corazón; es quien hace de cada cristiano una
persona distinta de la otra, pero de todos juntos hace la unidad».
Al inicio de la misa, recordó el Pontífice, en la antífona de entrada se
dijo: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza
para ser mis testigos en Jerusalén y hasta los confines del mundo». He aquí que
«el Espíritu Santo es quien nos mueve para alabar a Dios, nos impulsa a rezar:
“Ora, en nosotros”». El Espíritu Santo «es quien está en nosotros y nos enseña
a mirar al Padre y decirle: “Padre”». Y, así, «nos libera de esa condición de
huérfano a la que el espíritu del mundo quiere llevarnos». Por todas estas
razones, explicó, el Espíritu Santo «es tan importante: es el protagonista de
la Iglesia viva: es quien trabaja en la Iglesia».
Y el Pontífice alertó acerca de un peligro: «Cuando no estamos a la altura
de esta misión del Espíritu Santo y no lo recibimos así», se acaba por «reducir
la fe a una moral, a una ética». Y se piensa que cumplir con todos los
mandamientos sea suficiente, «pero nada más». Y, así, nos decimos: «esto se
puede hacer, esto no se puede hacer; hasta aquí sí, hasta allí no», cayendo en
la «casuística» y en «una moral fría». Pero, recordó el Papa, «la vida
cristiana no es una ética: es un encuentro con Jesucristo». Y «quien me conduce
a este encuentro con Jesucristo» es el Espíritu Santo.
De este modo, «tenemos en el corazón al Espíritu Santo como un “prisionero
de lujo”: no permitimos que nos impulse, no dejamos que nos mueva». Sin
embargo, «lo hace todo, lo sabe todo, sabe recordarnos lo que dijo Jesús, sabe
explicarnos las cosas de Jesús». Hay sólo una cosa que «el Espíritu Santo no
sabe hacer: cristianos de salón. ¡Esto no lo sabe hacer! No sabe hacer
“cristianos virtuales”, no virtuosos». Al contrario, «hace cristianos reales:
él toma la vida real así como es». Por esto «es el gran “prisionero de nuestro
corazón” y nosotros decimos que es la tercera persona de la Trinidad y acabamos
allí.
«Esta semana —sugirió Francisco— nos hará bien reflexionar acerca de lo que
hace el Espíritu Santo en nuestra vida». Para ayudar en este examen de
conciencia el Pontífice propuso algunas preguntas: «¿Me ha enseñado el camino
de la libertad? ¿Lo he aprendido de él? ¿Cuál libertad? El Espíritu Santo, que
está en mí, me impulsa a salir: ¿tengo miedo? ¿Cómo es mi valentía, la que me
da el Espíritu Santo, para salir de mí mismo, para testimoniar a Jesús? ¿Cómo
es mi paciencia en las pruebas? Porque también la paciencia la da el Espíritu
Santo».
Precisamente «en esta semana de preparación para la solemnidad de
Pentecostés», el Papa invitó a los cristianos a preguntarse si de verdad creen
en el Espíritu Santo o si para ellos es sólo «una palabra». Y «tratemos
—exhortó— de hablar con él y decir: “Yo sé que tú estás en mi corazón, que tú
estás en el corazón de la Iglesia, que tú llevas adelante la Iglesia, que tú
construyes la unidad entre todos nosotros, siendo diversos todos nosotros, en
la diversidad de todos nosotros».
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española
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