JESÚS NO NOS DEJA SOLOS
Queridos hermanos y hermanas,
Nos hemos de dejar seducir,
contagiar, por la profundidad de la promesa que hoy se nos hace en el evangelio:
“y mi Padre lo amará / haremos morada en
él / el Espíritu Santo, que enviará el Padre / será quien os lo enseñe todo y
os vaya recordando todo lo que os he dicho”. (...)
Esto cuando es rezado y
contemplado, nos cambia interiormente. Lo que Jesús promete no falla. Nos hemos
de dejar contagiar por la alegría de sus promesas. Dice un salmo: “La promesa del Señor es un escudo para los
que se refugian en Él”. Las promesas como un escudo. Una imagen muy del
Antiguo Testamento, pero, al mismo tiempo, una imagen muy poética. Sus promesas
como aquello que nos permite defendernos, estar seguros, tener seguridad en las
luchas de la vida.
Los padres, a veces, se
desesperan porque sus hijos no les hacen caso de sus palabras. Los padres dicen
a sus hijos cosas muy buenas para su bien, para su crecimiento, para su
maduración, porque corrigen algún defecto... y los hijos, a veces, ni caso... Lo
mismo pasa con nuestro Padre del cielo, que por Jesucristo, nos hace unas
promesas, que es necesario acoger, contemplar, rezar. Dice hoy Jesús: “El
que me ama guardará mi palabra”... Hacer caso de su promesa, acogerla...
Una promesa de que Él estará con nosotros.
Él está dentro de nosotros como una fuerza, como una presencia, Dios mismo
latiendo dentro de nosotros. Dios vive actuando en nosotros. Jesús no nos deja
solos. ¡Qué gran misterio!
De aquí nace la luminosa expresión que hemos
oído en la primera lectura en los Hechos de los Apóstoles: “El Espíritu Santo y nosotros”.
Hemos de aprender a descubrir esta
presencia en nosotros: cuando tenemos una alegría especial, cuando los problemas
parecen más pequeños, cuando amamos más a los demás y nos miramos a nosotros con
más benevolencia...Esto es Dios vivo y presente en nosotros. Esto es Pascua!!
Dios que “pasa” por nuestra vida.
Cuando Dios es con nosotros, las
complicaciones de la vida no nos tienen ellas a nosotros, sino que nosotros las
tenemos a ellas. Nosotros no dejamos de ser señores de nuestra vida por el hecho
de tener complicaciones, porque Dios está con nosotros.
Va muy bien por la noche, en la plegaria
personal, preguntarnos: ¿hoy Dios dónde ha estado más presente? Nos vamos
educando así para verlo. Si miramos bien, lo veremos en todas partes.
Pienso que la esencia del cristianismo, es
precisamente esta inhabitación de Dios en nosotros. Para que se entienda mejor,
expresiones sinónimas (que no equivalentes) a inhabitación: “divinización,
participar de la naturaleza de Dios, ser hijos de Dios, recibir el Espíritu
Santo”. Todas estas expresiones apuntan a Dios que habita en nosotros.
¡Dios habita en nosotros!, gran misterio. Y
si Dios es amor y si al Espíritu Santo le podemos decir el Espíritu de Amor.
Esto quiere decir que la manifestación de Dios a nosotros más clara, más
palpable, etc., ¡¡es amar!!
Dios que es amor nos habita, como más
habitados estemos por Él, más brotará de nosotros la caridad. Es un termómetro,
inmejorable, de la vida cristiana. Que coincide con el juicio final: no se nos
juzgará por sabernos los mandamientos, ni estar bautizados, ni por haber ido a
misa muchas veces. Seremos juzgados por las obras de misericordia, según nuestro
amor.
El Dios que nos habita quiere ver en nuestras
vidas los frutos de esta inhabitación... También al atardecer, a parte de
preguntarnos dónde Dios ha estado más presente, nos podemos preguntar dónde habría
podido amar más, a quién habría podido amar más... Y pedir la gracia de hacerlo
en la próxima... que así sea...
Francesc Jordana
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