Una benéfica marcha
Ayer hubo silencio en el blog. Si en casa se celebraba el aniversario de nuestra querida "coci" Hna Mª San Juan, una servidora aprovechó la jornada para descansar haciendo una buena marcha en la montaña, expansionarse en la naturaleza, encontrar en el silencio de las alturas el rumor de la Presencia, de la Plenitud de la Belleza divinas.
Desde por la mañana con un Padre y varias hermanas del noviciado nos pusimos en marcha, listas para la gran aventura que nos había predicho el Padre en su oficio de guía.
El provecho supero las expectativas.
Comenzamos nuestra marcha con una hora de oracion silenciosa cada uno a su ritmo. La ciudad nos hace caminar sin mirar con cierta distancia nuestra vida. Estamos demasiado preocupados de lo urgente, de lo necesario y nos olvidamos de lo gratuito. Nos dejamos llevar por la vida frenética y, sin embargo, no avanzamos.
Desde por la mañana con un Padre y varias hermanas del noviciado nos pusimos en marcha, listas para la gran aventura que nos había predicho el Padre en su oficio de guía.
El provecho supero las expectativas.
Comenzamos nuestra marcha con una hora de oracion silenciosa cada uno a su ritmo. La ciudad nos hace caminar sin mirar con cierta distancia nuestra vida. Estamos demasiado preocupados de lo urgente, de lo necesario y nos olvidamos de lo gratuito. Nos dejamos llevar por la vida frenética y, sin embargo, no avanzamos.
Subir al monte nos ayuda a tomar distancia de nuestra pequeña vida con sus problemas diarios. Caminar a las alturas, y olvidarnos por un momento de todo lo que nos agobia e inquieta, es una necesidad, no sólo un consejo. Necesitamos buscar el silencio dejando detrás el bullicio, aunque nos cueste mucho: ¿Por qué nos incomoda el silencio? ¿Por qué encontramos alivio en tanto ruido?.
El ruido del valle, de la ciudad, es el bullicio de nuestra propia vida, llena de pequeños y grandes problemas, llena de urgencias y necesidades. Es el ruido que no nos permite saber qué cosas pueden cambiar en todo lo que hacemos. Nos acostumbramos al ruido y nos cuesta el silencio.
El ruido del valle, de la ciudad, es el bullicio de nuestra propia vida, llena de pequeños y grandes problemas, llena de urgencias y necesidades. Es el ruido que no nos permite saber qué cosas pueden cambiar en todo lo que hacemos. Nos acostumbramos al ruido y nos cuesta el silencio.
El tiempo de Cuaresma nos anima a buscar el silencio. En el monte encontramos paz. ¿A qué monte podremos subir para ver, con algo de distancia, aquello que en el día a día nos inquieta tanto?
Subir al monte supone esfuerzo y voluntad firme para seguir adelante (testigo son la agujetas que hoy entorpecen nuestros movimientos). Pero no nos desanimamos por la dureza del camino. No tiramos la toalla ante la menor adversidad. Un camino es infranqueable: media vuelta y a subir una cuesta que nos conduzca sobre otra via, dejandose guiar. Tony Nadal decia "todo el mundo se pone nervioso cuando se le presenta un reto. Si uno es responsable, algo de miedo o de nerviosismo le aparece. Al final te acostumbras a convivir con esos miedos". Es el miedo a perder, a no llegar a la cima, a las cumbres. Quizas es porque estamos acostumbrados a controlarlo todo y no a dejarnos guiar en el camino, por Aquel que se hizo El mismo Camino y que nos sale al encuentro en cada encrucijada.
Por eso el temor no puede con nosotros cuando miramos a Cristo que nos acompaña en la subida y nos ayuda a seguir el camino con confianza. Sabemos que con El podemos llegar a lo alto, la confianza en la fuerza de Dios nos alienta. No avanzamos gracias a nuestros méritos, a nuestros talentos, sino gracias al Espíritu de Dios en nuestras vidas, que nos sostiene y levanta en los momentos más delicados del camino.
Para volver más concretamente a la experiencia de ayer, las circunstancias nos impidieron llegar tan lejos como deseábamos pero gozamos de numerosos regalos del Señor en el trayecto, tanto por el paisaje, como por el compartir fraterno entre nosotros.
Nuestro camino en un momento empezó a recorrer una serie de diminutas o grandes cascadas que alimentaban un riachuelo crecido por el deshielo de la nieve. La ultima de estas era espectacular... "la cascada de la Druise". Tan alto parecía su origen que parecía caer del cielo. El estruendo y la fuerza de la caida era impresionante. Lo máximo que nos atrevimos a acercarnos era a penas a 20 metros de distancia y salpicadas por la fuerza de la caida del agua no tardamos en quedar empapados.
En un momento expresé como aquello parecía una buena imagen del Amor y de la gracia de Dios por la abundancia, la profusión que parecía sin limite. Y porque por poco que te acerques quedas empapado de su ternura y amor infinito. Y en la vida nos da miedo empaparnos más. El Padre Marc añadio que cuando uno se acerca y se pone debajo esa profusión, es tal la fuerza que no puede continuar en vida.
¿Hasta donde nos dejamos empapar por ese torrente infinito del Amor que Dios nos tiene a cada uno? ¿Estamos dispuestos a hacer la experiencia de ese Amor?
Una vez más no podemos dejar de recordar que los Ejercicios Espirituales a la escuela de San Ignacio son un medio extra para emprender esta maravillosa aventura.
Subir al monte supone esfuerzo y voluntad firme para seguir adelante (testigo son la agujetas que hoy entorpecen nuestros movimientos). Pero no nos desanimamos por la dureza del camino. No tiramos la toalla ante la menor adversidad. Un camino es infranqueable: media vuelta y a subir una cuesta que nos conduzca sobre otra via, dejandose guiar. Tony Nadal decia "todo el mundo se pone nervioso cuando se le presenta un reto. Si uno es responsable, algo de miedo o de nerviosismo le aparece. Al final te acostumbras a convivir con esos miedos". Es el miedo a perder, a no llegar a la cima, a las cumbres. Quizas es porque estamos acostumbrados a controlarlo todo y no a dejarnos guiar en el camino, por Aquel que se hizo El mismo Camino y que nos sale al encuentro en cada encrucijada.
Por eso el temor no puede con nosotros cuando miramos a Cristo que nos acompaña en la subida y nos ayuda a seguir el camino con confianza. Sabemos que con El podemos llegar a lo alto, la confianza en la fuerza de Dios nos alienta. No avanzamos gracias a nuestros méritos, a nuestros talentos, sino gracias al Espíritu de Dios en nuestras vidas, que nos sostiene y levanta en los momentos más delicados del camino.
Para volver más concretamente a la experiencia de ayer, las circunstancias nos impidieron llegar tan lejos como deseábamos pero gozamos de numerosos regalos del Señor en el trayecto, tanto por el paisaje, como por el compartir fraterno entre nosotros.
Nuestro camino en un momento empezó a recorrer una serie de diminutas o grandes cascadas que alimentaban un riachuelo crecido por el deshielo de la nieve. La ultima de estas era espectacular... "la cascada de la Druise". Tan alto parecía su origen que parecía caer del cielo. El estruendo y la fuerza de la caida era impresionante. Lo máximo que nos atrevimos a acercarnos era a penas a 20 metros de distancia y salpicadas por la fuerza de la caida del agua no tardamos en quedar empapados.
En un momento expresé como aquello parecía una buena imagen del Amor y de la gracia de Dios por la abundancia, la profusión que parecía sin limite. Y porque por poco que te acerques quedas empapado de su ternura y amor infinito. Y en la vida nos da miedo empaparnos más. El Padre Marc añadio que cuando uno se acerca y se pone debajo esa profusión, es tal la fuerza que no puede continuar en vida.
¿Hasta donde nos dejamos empapar por ese torrente infinito del Amor que Dios nos tiene a cada uno? ¿Estamos dispuestos a hacer la experiencia de ese Amor?
Una vez más no podemos dejar de recordar que los Ejercicios Espirituales a la escuela de San Ignacio son un medio extra para emprender esta maravillosa aventura.
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