¿POR QUÉ LLEVAR LA CRUZ?

    Todos vamos con la cruz a cuestas. Sólo quien no cree podrá afirmar lo contrario. Y afirmándolo y reafirmándolo, no puede sacudirse su propia cruz. Que él quizá llame desgracia o mala suerte. 
   La cruz está indefectiblemente clavada en toda vida humana. Uno nace con ella. Vive y muere con ella, porque nace y vive hasta el último instante -la muerte es prueba suprema- con la fragilidad, la merma y la caducidad en todas la células de su ser; hasta en los entresijos de su existencia. 
   Quien la mira y la lleva con amor, está en el camino de la luz. Así lo ha enseñado y vivido la sabiduría cristiana sin pizca de masoquismo ni rechazo. Hoy sin embargo nos encontramos con el hecho insólito -¿blasfemo?- del rechazo de la cruz. Con despecho, además, y sin respeto. Ni siquiera ese callado respeto que siempre ha merecido la cruz como símbolo central del cristianismo y de la fe en Jesucristo. ¿Por qué, si no, quieren que la cruz desaparezca?
   Muchos se la quieren sacudir de la vida como daño indigno del hombre. Otros quieren arramblar con ella en donde esté: edificios y caminos, en el cuello o en el pecho, en el adorno, en la clase o en el despacho… ¿Por qué esa inquina y esa rabia? En definitiva, ¿por qué molesta? ¿Por qué la llevo o no la llevo? ¿Por qué la rechazo? Ésta es la pregunta que todos estamos obligados a responder. Nosotros lo hacemos desde nuestra fe vigorosa. 
   La cruz es lo que es por el Crucificado Resucitado: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios hecho hombre como nosotros y Dios como el Padre y el Espíritu, murió en ella por nosotros y por nuestra salvación: la de todos los humanos sin distinción. Esa verdad nos afecta a todos. Quien no crea, al menos que respete la historia y la fe de millones de fieles que han seguido y siguen a este Crucificado Resucitado en medio de no pocas tribulaciones y no menos gozos.
   La cruz es lo que es por el supremo testimonio de amor, el mayor en cantidad y calidad, de este Crucificado Resucitado: “Me amó y se entregó por mí, afirma san Pablo con rotundidad y certeza de fe. ¿Quién dirá lo contrario?”
   La cruz es lo que es por ser un gesto personal e inigualable: el abrazo de Dios a cada ser humano, de arriba abajo, de oriente a occidente, perdonando e invitando al perdón, reconciliando e invitando a la reconciliación.    
  No es un gesto extraño, altivo y prepotente, sino de cercanía total y de ternura. 
   No impone, ni excluye. 
   No distancia de Dios ni de los otros. 
  No es selectivo, une a todos en el Corazón de Dios Padre, pasando por el Corazón del Dios Hijo. “Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacía mí”, dijo Él mismo.
   La cruz es lo que es porque en el Crucificado están asumidos y restaurados de su negatividad destructiva, por el Amor, todos los pecados, sufrimientos y dolores de la humanidad. Todos sin excepción se pueden ahora vivir sin angustia de muerte;  no tienen la última palabra, es más, pueden ser fecundos y tener un sentido sublime: cada pena, dolor y muerte está lleno de su Presencia amorosa. Ésta los ha vencido. Basta mirar al Crucificado con fe y amor.
   No dejemos de aprender las lecciones que nos enseña el Crucificado muerto en cruz. La Cruz es el libro donde se aprenden las grandes lecciones de la vida, de la muerte y de la eternidad. A los pies de la cruz hay que meditar y orar para aprender a descifrarlo como nos enseñan los santos. Nosotros “solo podemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”
   ¡Oh cruz bendita! 
Te adoramos. Te besamos. Te abrazamos. 
En ti se encuentra la paz, la fuente de la esperanza y el triunfo del Amor. 
Consigna: por amor y con amor, todos con la cruz.
P. Gregorio Rodríguez, cpcr

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