CUARESMA EN TIEMPOS RECIOS


   Quien es corto de miras e ideales tiene un horizonte muy limitado. Se le acaba pronto. Es propenso a la desesperanza. Su corazón es estrecho y poco activo. Para estos tales, en situaciones complicadas como las que nos toca vivir hoy, el mundo no tiene arreglo. El mundo-mundo no; pero cada uno de nosotros sí.  Precisamente éste es el momento. La ocasión para el estímulo, para ensanchar el corazón y abrir el oído a la Palabra de Dios: "En nombre de Cristo os lo pedimos: dejaos reconciliar con Dios" (San Pablo).
   La Cuaresma es el tiempo adecuado. Los múltiples enemigos del hombre y de su fe, las adversas circunstancias. Y, claro, la gran víctima de esta situación es la esperanza. Cada uno de nosotros. Sin esperanza el hombre se deja hundir por el peso enorme de su infausta situación personal. Se le traga la vida sin horizonte, sin esperanza, sin sentido.
  En éstas, la Cuaresma está ya aquí y nos ofrece nuevas posibilidades. Pero atención: la Cuaresma esta pasando muy a prisa. Ante todo, porque no encontramos nada especial a la vista en el ámbito social, que nos recuerde en qué tiempo importante para la vida de fe estamos viviendo. Y de pronto, se nos ha pasado. Después, porque vivimos a tal velocidad que sin darnos apenas cuenta, hemos llegado a Pascua. Y seguimos igual que antes. Hay que salir de ese tobogán y detenerse. Sentarse y pensar.

   En el plano personal, cada hijo de Dios tiene que apropiarse decididamente la Cuaresma. Es mi tiempo de gracia. ¿Qué estoy haciendo para prepararme a vivir mejor la Pascua? Qué tiempo dedico a la oración, al servicio solidario a los demás, a privarme de lo que no necesito, y algo más, por el bien de los otros. Qué hago con el dinero, ¿ayudo a los pobres? Por amor a Dios y a los hermanos, ¿estoy renunciando a mí mismo? Cómo y en qué. Seamos concretos. Y quizá convenga que, cada semana, tome las medidas adecuadas para vivir cada día de Cuaresma en esas claves. Y no temamos al sacrificio. Es saludable. Fortalece. Regenera humana y espiritualmente. El que ama tiene que renunciar. Si queremos amar mucho hemos de renunciar mucho. Una Cuaresma así, no puede ser triste, ni aburrida, ni rutinaria. Es alegre porque impera el dinamismo del amor.
  Se da para todos una realidad muy dura en todos los ámbitos. El aire que respiramos no es saludable: todo parece ideologizado, politizado, corrupto, individualizado, sexualizado. Cada uno busca lo suyo y para sí. Campea el materialismo y se quiere borrar la huella de Dios, como si fuera enemigo del hombre. Se niega la trascendencia del ser humano. La verdad, el bien, la justicia, etc., ¿podrán siquiera existir? El hombre que somos hoy es éste: triste, desesperanzado, lleno de dudas: una frágil barquilla sin vela ni timón en medio de un mar embravecido y furioso que amenaza con tragárselo en cualquier vaivén. 

   En tiempos tan recios hemos de apostar por una Cuaresma decidida. La Cuaresma es camino de renovación, de conversión. La Cuaresma como nueva inmersión en la Vida de Jesús: Dios que resucita. Desde ahí, la tristeza, la desesperanza y la duda, se oponen y triunfan el vigor de la Palabra de Dios meditada; los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía fervientemente vividos; las relaciones fraternas de amor rehechas y el perdón ejercitado. Integrarse en la comunidad parroquial; corregir los errores; servir a los necesitados; querer y saber perder, sufrir y morir para que los demás puedan ganar, disfrutar, vivir. 

   No pueden faltar  unos buenos Ejercicios Espirituales hechos con mucho ánimo y generosidad. Así se ensancha y activa el corazón y la vida, y se amplían sus horizontes de fe, esperanza y amor. La esperanza vuelve y la resurrección también. Será Pascua en cada uno de nosotros y en  todos. La Cuaresma de tiempos recios se convierte en un don de alegría. Entonces Pascua está a la vista

P. Gregorio cpcr

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