Amor verdadero


    Cristo, que se hizo uno de nosotros, no quiere meramente nuestra sumisión, sino nuestro corazón, nuestro amor; y nos ofrece el suyo, invitándonos a entregarnos a Él.
     Nada hay en la vida más importante que el amor.
     Aunque parezca y sea a veces lo más frágil.
     ¿Lo más frágil? ¿O lo más fuerte?  
    ¡Importante y hermoso y sacrificado, como todo lo grande y bello!
   Y lo dijimos: recibir amor y dar amor es el núcleo constitutivo de nuestro ser persona. Y de nuestro ser cristiano con madurez y santidad.
    El amor es el corazón de nuestro corazón.

  Nuestra naturaleza humana radica ahí. Nuestro crecimiento, también. Y nuestra espiritualidad, que es crecimiento en el Espíritu y desde el espíritu, con mayor razón.
   No me estoy refiriendo al amor blandengue y puramente sensiblero.
   Hablo del amor sentimiento, en cuanto es parte de todo la persona.
   Hablo del amor fuerte más que la muerte, porque el amor empieza antes que la vida y no termina nunca.
  Hablo del amor transformante, porque  nos hace distintos, nuevos; es decir, del todo y verdaderamente entregados a Dios y a los hermanos. Sin reservas explicitas de nada y de nadie.

    Hablo del amor entregado al servicio.
    Quien carece de ese amor carece de consistencia y solidez humana y espiritual. Y no es capaz de olvidarse de sí, ni en lo poco ni en lo mucho. Ni entregarse, por tanto.
    Quien no se entrega al amor no sirve: ni crece, ni se desarrolla, ni da flores que alegran la vida, ni frutos gustosos ni apetitosos.
    Ni goza ni hace gozar. ¿A qué sabrá una vida así? ¿Y para qué servirá?
    Una tal vida es una vida mustia y ajada, como fue la hermosa flor ahora pisada en el camino.  
   ¿Seré capaz -sin esperar más- de ponerme a Amar?
                                                                                                        P.Gregorio, CPCR

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