Nunca estamos solos
Al final de su Evangelio, san Lucas narra el acontecimiento
de la Ascensión de modo muy sintético.
Jesús llevó a los discípulos «hasta
cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía,
se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y
se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios» (24, 50-53).
Así dice san Lucas. Quisiera destacar dos
elementos del relato.
Ante todo, durante la Ascensión Jesús realiza el gesto
sacerdotal de la bendición y con seguridad los discípulos expresan su fe con la
postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto
importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote que, con su Pasión, atravesó
la muerte y el sepulcro y resucitó y ascendió al Cielo; está junto a Dios
Padre, donde intercede para siempre en nuestro favor (cf. Hb 9, 24).
Como afirma san Juan en su Primera Carta, Él es nuestro abogado: ¡qué
bello es oír esto! Cuando uno es llamado por el juez o tiene un proceso, lo
primero que hace es buscar a un abogado para que le defienda. Nosotros tenemos
uno, que nos defiende siempre, nos defiende de las asechanzas del diablo, nos
defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados.
Queridísimos hermanos y hermanas,
contamos con este abogado: no tengamos miedo de ir a Él a pedir perdón,
bendición, misericordia. Él nos perdona siempre, es nuestro abogado: nos
defiende siempre. No olvidéis esto.
La Ascensión de Jesús al Cielo nos hace
conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino: en Cristo, verdadero
Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos
abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña,
que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios. Si
confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos ciertos de
hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador, de nuestro abogado.
Un segundo elemento: san Lucas refiere que los Apóstoles,
después de haber visto a Jesús subir al cielo, regresaron a Jerusalén «con gran
alegría». Esto nos parece un poco extraño. Generalmente cuando nos separamos de
nuestros familiares, de nuestros amigos, por un viaje definitivo y sobre todo
con motivo de la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no
veremos más su rostro, no escucharemos más su voz, ya no podremos gozar de su
afecto, de su presencia.
En cambio el evangelista subraya la profunda alegría
de los Apóstoles. ¿Cómo es esto? Precisamente porque, con la mirada de la fe,
ellos comprenden que, si bien sustraído a su mirada, Jesús permanece para
siempre con ellos, no los abandona y, en la gloria del Padre, los sostiene, los
guía e intercede por ellos.
San Lucas narra el hecho de la Ascensión también al inicio
de los Hechos de los Apóstoles, para poner de relieve que este
acontecimiento es como el eslabón que engancha y une la vida terrena de Jesús a
la vida de la Iglesia.
Aquí san Lucas hace referencia también a la nube que
aparta a Jesús de la vista de los discípulos, quienes siguen contemplando al
Cristo que asciende hacia Dios (cf. Hch 1, 9-10).
Intervienen entonces
dos hombres vestidos de blanco que les invitan a no permanecer inmóviles
mirando al cielo, sino a nutrir su vida y su testimonio con la certeza de que
Jesús volverá del mismo modo que le han visto subir al cielo (cf. Hch 1,
10-11). Es precisamente la invitación a partir de la contemplación del señorío
de Cristo, para obtener de Él la fuerza para llevar y testimoniar el Evangelio
en la vida de cada día: contemplar y actuar ora et labora —enseña san
Benito—; ambas son necesarias en nuestra vida cristiana.
Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no indica la
ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un
modo nuevo; ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la
Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo,
cerca de cada uno de nosotros.
En nuestra vida nunca estamos solos: contamos
con este abogado que nos espera, que nos defiende.
Nunca estamos solos: el
Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros se encuentran numerosos
hermanos y hermanas que, en el silencio y en el escondimiento, en su vida de
familia y de trabajo, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y
esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el
señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, que subió al Cielo,
abogado para nosotros. Gracias.
Papa Francisco, abril 2013
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