Para dejar a Dios lucirse en nuestra vida
Las
tres lecturas de este domingo tienen un denominador común, sus protagonistas presentan claramente
su pequeñez, su debilidad.
Primera
lectura, el profeta Isaías dice: “Yo,
hombre de labios impuros,…”.
En
la segunda, Pablo dice, hablando de sí mismo: “Por último, se me apareció también a mí”. “Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme
apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”.
En el
evangelio, Pedro dice: “Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador”.
Todos
están reconociendo su pequeñez, su debilidad. Y será este reconocimiento que hará
que Dios pueda actuar en ellos. Porqué este reconocimiento es condición para la
acción de Dios. No ir de sobrados, de autosuficientes, ser muy humildes.
Isaías
se siente hombre de labios impuros. Y Dios, lo hará uno de los profetas más
importantes de todo el Antiguo Testamento.
¡Pablo,
el perseguidor, será el apóstol que llevará la fe a la gentilidad! ¡Ningún
evangelizador como San Pablo! ¡Ninguno!
Y Pedro,
que no se siente digno de estar cerca de Jesús, será, el primer Papa.
A
partir de aquí dos ideas:
a) A veces, se ataca al cristianismo porqué
genera un sentido de culpabilidad. Pienso que es injusto, es incorrecto. Lo que
hacemos es constatar nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra incoherencia.
Queremos hacer el bien, y muchas veces, como dice San Pablo, es el mal lo que hacemos.
Por tanto, es un sentido de realismo. Y, por otro lado, es una pequeñez, una debilidad
que tiene delante un interlocutor: Dios. Es una pequeñez que tiene delante una
presencia curadora, sanadora, restauradora, transformadora.
Una
pequeñez (y finitud) sin un interlocutor lleva a la desesperanza. Si yo capto mi
pequeñez (y finitud) y soy ateo o agnóstico, me quedo en la pequeñez, y no salgo
de ella, y esto me lleva a la desesperanza, al sin sentido.
En cambio,
una pequeñez con interlocutor es una puerta para recibir la gracia de Dios.
Santa
Teresa del Niño Jesús lo expresa con mucha poesía en el manuscrito B cuando habla
del “pajarillo”. “Yo me considero un débil
pajarillo cubierto sólo de un ligero plumón. No soy un águila, pero a pesar de
mi extrema pequeñez me atrevo a mirar al Sol”. “El pajarillo quisiera volar
hacia ese brillante Sol… Lo más que puede es alzar las alitas, pero en cuanto a
volar, no está en su débil poder”. “¡Oh Jesús, cómo se alegra tu pajarillo de
ser débil y pequeño! ¿Qué sería de él si fuese grande? Nunca tendría la audacia
de comparecer en tu presencia”. “Un día, yo lo espero, vendrás, a buscar a tu
pajarillo”
Expresa
su pequeñez radical, de una manera gozosa, pero, delante de un interlocutor, y
es la pequeñez, la que le sitúa ante Dios y provoca que Dios baje a ayudarle.
b)
La segunda idea es que situados en las puertas de la Cuaresma, esta actitud de vernos
pequeños y débiles, es muy adecuado para situarnos en un camino de conversión.
Desde el “yo ya estoy bien”, “yo ya soy bueno”,
“yo ya hago mucho”... no hay espacio
a la conversión. No hay espacio a la acción de Dios.
Nos
hace falta la pequeñez y el deseo de hacer nuestro el “duc in altum”, que hoy
dice Jesús, que quiere decir: boga mar adentro, ir más al fondo, hacer un paso
más, seguir avanzando. Amén.
Francesc Jordana
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