Dios me llama
En un artículo que cayó recientemente en mis manos, hacían
la siguiente pregunta ¿puede un joven sentir la vocación a una consagración especial? La respuesta la
daba el mismo articulista, “¡¡claro que
sí!! Dios puede hacer sentir su voz a
cualquier edad. De hecho igual que, un joven oye mejor que una persona entrada
en años, de la misma forma puede escuchar con más facilidad la voz del Señor. Por supuesto no a través de los oídos del
cuerpo sino del corazón”.
El razonamiento es claro, cuanto más joven menos viciada y
más pura el alma que, a medida que crecemos nos ata a vicios y defectos. Estoy de acuerdo. Pero ¿podemos
recuperar esa juventud en la madurez? Me
explico.
Olvidemos la edad por un momento, y centrémonos en la
pureza, en el alma. Es cierto, podemos y debemos considerar a un niño como el
ser más puro, ajeno a todo conflicto, a toda violencia, a toda maldad.
A medida que crece, irá entrando en la vorágine del mundo, de la mentira, del
dolor, de la lujuria, del egoísmo. A partir de ese momento, todo cambia. Conocerá
la ambición, abrazará la codicia y esa alma inocente, pura, limpia quedará
trastocada. Su espíritu se vestirá de materia, su cuerpo se hará dueño y señor,
se gustará, envilecerá, y sentirá el
orgullo de ser.
Y el Señor le llamará
y, quizás él quiera escuchar esa llamada, y al escucharla le provoque una
respuesta; habla Señor, te escucho, ¿qué quieres que haga?
A la gente mayor nos cuesta más escuchar. Demasiadas voces
oídas, demasiadas mentiras, muchos farsantes, curanderos, magos, adivinos, y
hasta psiquiatras. Nuestra capacidad de escucha esta maleada, nos cuesta más
discernir, reconocer la verdad, la
autenticidad en las palabras, y por malicia, las tenemos siempre por
interesadas.
El amor, la bondad, la trascendencia, la eternidad.
Escuchar, discernir, conocer, reconocer.
Decía que los niños son los seres más puros, que están
libres de maldad, su mayor deseo es ser queridos, esperan recibir todo el amor
y son capaces de querer incondicionalmente, no por lo que somos, sino por quién somos.
Tengo 55 años, maleado, harto de escuchar palabras,
mentiras, de dejar ensuciar mi alma y, yo mismo ensuciarla.
¡¡Claro que Dios habla a cualquier edad¡¡ pero hay que querer escuchar y para eso es
preciso limpiar el alma, volverse niño con todo el valor pero, creerse poco o mejor, creerse nada.
Volver al principio, saber que nada está perdido, que hay un
perdón.
De nuevo aquel niño,
sorprenderse, volver a amar, sin límite ni condición. Dejarse amar.
Oír esa voz que te llama, pidiendo disponibilidad…… Señor,
te escucho ¿qué quieres que haga?
En ese momento, en mi miseria, en mi tristeza, en mi
humildad, en mi inocencia, decidí tomar el camino de regreso. Recuperar mi vida, mi limpio llanto y de amor
las lágrimas, mi alegría, mi sonrisa y como
aquel niño, coger Su mano.
Desdibujé ese cuerpo cansado, coloreé de nuevo mi espíritu,
renací en la esperanza y en mi cara reflejé a ese niño, mayor, pero de nuevo
alegre, ufano.
Vocación sí, porque a pesar de mis años, de alguna arruga en
la frente, y algunas más en las manos, de unos zapatos polvorientos soportando
unos pies cansados, El Señor me habla.
Dios me dice, niño……… ¡¡¡bienvenido a casa¡¡¡
Pere
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