Él ha estado, está y estará presente y activo con su Amor
"Al que nos ama, y nos ha lavado con su sangre
de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes
para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de
los siglos. Amén" (1,5b-6). La asamblea, rodeada por el amor de
Cristo, se siente liberada de la esclavitud del pecado y se proclama
"reino" de Jesucristo, que le pertenece por
completo.
Reconoce la gran misión que por el bautismo se le ha confiado para llevar al mundo la presencia de Dios.
Reconoce la gran misión que por el bautismo se le ha confiado para llevar al mundo la presencia de Dios.
Mirando
de nuevo directamente a Jesús, con creciente entusiasmo, le
reconoce "la gloria y el poder" para salvar a la humanidad.
El "amén" final, concluye el himno de alabanza a Cristo.
Nuestra oración debe ser, ante todo, escucha de Dios que nos habla.
Inundados de tantas palabras, no estamos acostumbrados a escuchar,
sobre todo ponernos en la disposición del silencio interior y
exterior para estar atentos a lo que Dios nos quiere decir. Estos
versículos nos enseñan también que nuestra oración, a menudo solo
de súplica, debe ser ante todo de alabanza a Dios por su amor, por
el don de Jesucristo, que nos ha traído la fuerza, la esperanza y la
salvación.
"Mirad, viene acompañado de nubes; todo
ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo
todas las razas" (1,7ª). “Sí. ¡Amén!"(Ap. 1,7 b)
expresa la acogida plena de lo que se le ha comunicado y pide que
esto pueda convertirse en realidad. Es la oración de la asamblea,
que medita sobre el amor de Dios manifiestado de modo supremo en la
Cruz, y pide de vivir con coherencia como discípulos de Cristo.
"Yo soy el Alfa y la Omega, Aquel que es, que
era y que va a venir, el Todopoderoso" (1,8). Dios, que se
revela como el principio y el final de la historia, acepta y toma en
serio la petición de la asamblea. Él ha estado, está y estará
presente y activo con su amor en los asuntos humanos, en el presente,
en el futuro, así como en el pasado, hasta llegar a la meta final.
Esta es la promesa de Dios. Y aquí nos encontramos con otro elemento
importante: la oración constante despierta en nosotros un sentido de
la presencia del Señor en nuestra vida y en la historia, y la suya
es una presencia que nos sostiene, nos guía y nos da una gran
esperanza, aún en medio de la oscuridad de ciertos acontecimientos
humanos; además, cada oración, incluso aquella en la soledad más
radical, nunca es un aislarse y nunca es estéril, sino que es el
elemento vital para alimentar una vida cristiana cada vez más
comprometida y coherente.
El Apóstol tiene
delante al Señor Jesús hablando con él, lo tranquiliza, le coloca
una mano sobre la cabeza, le revela su identidad como el Crucificado
Resucitado, y le encarga transmitir su mensaje a las Iglesias (Ap.
1,17-18).
Una cosa hermosa de este Dios, ante el cual desfallece y
cae como muerto. Es el amigo de la vida, y le pone su mano sobre la
cabeza. Y así será también con nosotros: somos amigos de Jesús.
Por tanto, la revelación del Dios Resucitado, del Cristo Resucitado,
no será terrible, sino será el encuentro con el amigo. Incluso la
asamblea vive con Juan un momento particular de luz delante del
Señor, unido, sin embargo, a la experiencia del encuentro cotidiano
con Jesús, experimentando la riqueza del contacto con el Señor, que
llena cada espacio de la existencia.
Todas las iglesias deben ponerse en una escucha
atenta al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús pide con
insistencia repitiendo esta indicación siete veces: "El que
tiene oídos, oiga lo que el Espíritu le dice a las Iglesias"
(2,7.11.17.29;3,6.13.22). La asamblea escucha el mensaje recibiendo
un estímulo para el arrepentimiento, la conversión, la
perseverancia, el crecimiento en el amor, la orientación para el
camino.
Queridos amigos, el Apocalipsis nos presenta una
comunidad reunida en oración, porque es justamente en la oración
donde experimentamos siempre en aumento, la presencia de Jesús con
nosotros y en nosotros.
Cuanto más y mejor oremos con constancia,
con intensidad, tanto más nos asemejamos a Él, y Él realmente
entra en nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuanto
más conocemos, amamos y seguimos a Jesús, más sentimos la
necesidad de permanecer en oración con Él, recibiendo serenidad,
esperanza y fuerza en nuestra vida.
Benedicto XVI, 5 septiembre 2012
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