CON LOS OJOS DE MARIA


   Os invito a mirar hoy con los ojos de María y hacemos nuestro su cántico de gratitud: 
«Me alegro con mi Dios. 
Proclama mi alma la grandeza del Señor, 
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 
porque ha mirado la humillación de su esclava. 
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. 
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: 
su nombre es santo, y su misericordia 
llega a sus fieles de generación en generación. 
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos. 
Auxilia a Israel, su siervo, 
acordándose de la misericordia». Lc 1,46-54. 
   Este canto de alabanza siempre resuena en el corazón como la conciencia del hijo que se deja conducir por Dios y agradece por los dones recibidos. 
  María es nuestra Madre y educadora. Por eso queremos atarnos a Ella para sentirnos así en casa y protegidos. Decía una persona hace poco en una oración: «Me gustaría sentir que esté donde esté, pase lo que pase, siempre estarás a mi lado; sentir que estoy cogida a ti como una niña pequeña de la mano de su madre, con una fuerza que nada ni nadie podrá separar». 
   Es el deseo del corazón que no quiere vivir en soledad. 
   María, en la cruz de la unidad, abraza a Cristo. Abraza la soledad de Cristo que sufre. Abraza su corazón abierto del que brota la vida. 
  Nos abraza a nosotros en nuestra cruz, en la que experimentamos la soledad y el abandono, como Cristo. Pero Ella permanece a nuestro lado. Acogiendo nuestro dolor, sanando nuestras heridas. El deseo de nuestra impotencia que no logra avanzar. Por eso, al sentirnos perdidos, sólo anhelamos su mano que nos conduzca, unos brazos que nos acojan.
  Anhelamos su mirada que nos hace hijos. Anhelamos su voz que nos consuela.

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