LA ORACION DEL PRIMER MARTIR
Queridos hermanos y hermanas:
En la última catequesis hemos visto cómo, en la oración personal y
comunitaria, la lectura y la meditación de la sagrada escritura nos
abren a la escucha de Dios, que nos habla e infunde luz para entender
el presente. Hoy me gustaría hablar sobre el testimonio y la oración
del primer mártir de la Iglesia, san Esteban, uno de los siete elegidos
para el servicio de la caridad hacia los necesitados. En el momento de
su martirio, narrado en los Hechos de los Apóstoles, se manifiesta,
nuevamente, la fructífera relación entre la palabra de Dios y la
oración.
Esteban es llevado a juicio ante el Sanedrín, donde se le acusa de
haber declarado que "Jesús... destruiría este Lugar [el templo], y
cambiaría las costumbres que Moisés nos transmitió" (Hch. 6,14).
Durante su vida pública, Jesús había predicho efectivamente la
destrucción del Templo de Jerusalén: "Destruyan este santuario y en
tres días lo levantaré" (Jn. 2,19). Sin embargo, como señala el
evangelista Juan, "hablaba del santuario de su cuerpo. Cuando, fue
levantado, pues de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de
que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que
había dicho Jesús" (Jn. 2,21-22).
El discurso de Esteban ante el tribunal, el más largo de los Hechos
de los Apóstoles, se desarrolla justamente sobre esta profecía de
Jesús, el cual es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto, y reemplaza
con la ofrenda de sí mismo en la cruz, los sacrificios antiguos.
Esteban quiere demostrar lo infundado de la acusación de que está
subvertiendo la ley de Moisés y presenta su visión de la historia de la
salvación, la alianza entre Dios y el hombre. Relee así todo el relato
bíblico, itinerario contenido en la Sagrada Escritura, para mostrar que
aquel conduce al "lugar" de la presencia definitiva de Dios, que es
Jesucristo, especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. En esta
perspectiva, Esteban también lee su condición de discípulo de Jesús,
siguiéndolo hasta el martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura
le permite entender así su misión, su vida, su presente. En esto está
guiado por la luz del Espíritu Santo, por su relación íntima con el
Señor, tanto que los miembros del Sanedrín vieron su rostro "como el de
un ángel" (Hch. 6,15). Este signo de la asistencia divina, refiere al
rostro radiante de Moisés bajado del Monte Sinaí después de haberse
encontrado con Dios (cf. Ex. 34,29-35, 2 Cor. 3,7-8).
En su discurso, Esteban comienza a partir de la llamada de Abraham,
un peregrino en la tierra dada por Dios y que tenía sólo una promesa;
después va a José, vendido por sus hermanos, pero asistido y liberado
por Dios; para llegar a Moisés, que se convierte en un instrumento de
Dios para liberar a su pueblo, pero que encuentra muchas veces el
rechazo de su propio pueblo. En estos acontecimientos narrados en la
Sagrada Escritura, los que Esteban demuestra estar en escucha
religiosa, surge siempre Dios, que no se cansa de ir al encuentro del
hombre, a pesar de encontrar a menudo una oposición obstinada. Y esto
en el pasado, en el presente y en el futuro. Por lo tanto, en todo el
Antiguo Testamento él ve una prefiguración del acontecimiento de Jesús
mismo, el Hijo de Dios hecho carne, que como los antiguos padres,
encuentra obstáculos, rechazo, muerte. Esteban se refiere luego a
Josué, a David y a Salomón, puestos en relación con la construcción del
templo de Jerusalén, y concluye con las palabras del profeta Isaías
(66,1-2): "Los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies.
Pues ¿qué casa me van a edificar, o qué lugar de reposo, si el universo
lo hizo mi mano y todo vino al ser? –oráculo del Señor--?" (Hch.
7,49-50). En su reflexión sobre la acción de Dios en la historia de la
salvación, poniendo de relieve la perenne tentación de rechazar a Dios
y su acción, él dice que Jesús es el Justo anunciado por los profetas;
en Él, Dios mismo se ha hecho presente de una manera única y
definitiva: Jesús es el "lugar" del verdadero culto. Esteban no niega
la importancia del templo, pero hace hincapié en que "Dios no habita en
casas prefabricadas por manos humanas" (Hch. 7,48). El nuevo templo
verdadero en el cual habita Dios es su Hijo, que tomó forma humana, es
la humanidad de Cristo, el Resucitado, que reúne a los pueblos y los
une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La expresión acerca
del templo "no prefabricado por manos humanas", se encuentra también en
la teología de san Pablo y en la Carta a los Hebreos: el cuerpo de
Jesús, que Él ha asumido para ofrecerse a sí mismo como sacrificio para
expiar los pecados, es el nuevo templo de Dios, el lugar de la
presencia del Dios vivo; en Él, Dios y hombre, Dios y el mundo están
realmente en contacto: Jesús carga sobre sí todo el pecado de la
humanidad para llevarlo al amor de Dios y "quemarlo" con ese amor.
Aproximarse a la cruz, entrar en comunión con Cristo, es entrar en esta
transformación. Y esto es entrar en contacto con Dios, entrar en el
templo real.
La vida y el discurso de Esteban se interrumpen repentinamente por
la lapidación, pero justamente su martirio es el cumplimiento de su
vida y de su mensaje: se hace uno con Cristo. Así, su reflexión sobre
la acción de Dios en la historia, sobre la palabra de Dios que en Jesús
ha encontrado su realización, se convierte en una participación en la
oración de la Cruz. Antes de morir, dice: "Señor Jesús, recibe mi
espíritu" (Hch. 7,59), apropiándose de las palabras del Salmo 31, 6, y
haciéndose eco de las últimas palabras de Jesús en el Calvario: "Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23,46); y, por último, al
igual que Jesús, grita a gran voz frente a los que lo apedreaban:
"Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (Hch. 7,60). Notamos que,
mientras que la oración de Esteban retoma la de Jesús, el destinatario
es diferente, porque la invocación se dirige al mismo Señor, es decir a
Jesús que contempla glorificado a la derecha del Padre: "Estoy viendo
los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios"
(v. 55).
Queridos hermanos y hermanas, el testimonio de san Esteban nos da
algunas pistas para nuestra oración y nuestra vida. Nos podemos
preguntar: ¿De dónde este primer mártir cristiano sacó la fuerza para
hacer frente a sus perseguidores y llegar hasta la entrega de sí mismo?
La respuesta es simple: de su relación con Dios, de su comunión con
Cristo, por la meditación sobre la historia de la salvación, de ver la
acción de Dios, que en Jesucristo llegó al culmen. También nuestra
oración debe ser alimentada por la escucha de la palabra de Dios, en la
comunión con Jesús y con su iglesia.
Un segundo elemento: san Esteban ve prefigurada, en la historia de
la relación de amor entre Dios y el hombre, la figura y la misión de
Jesús, Él --el Hijo de Dios--, es el templo "no prefabricado por manos
humanas" en donde la presencia de Dios Padre se hizo así de cercana,
como para entrar en nuestra carne humana y llevarnos a Dios, para
abrirnos las puertas del Cielo. Nuestra oración, entonces, debe ser la
contemplación de Jesús a la diestra de Dios, de Jesús como Señor de la
nuestra, de mi existencia diaria. En él, bajo la guía del Espíritu
Santo, nosotros también podemos dirigirnos a Dios, entrar en contacto
real con Dios con la confianza y el abandono de los hijos que acuden a
un Padre que los ama infinitamente. Gracias.
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