Con pasión una Nueva Evangelización.


   Aun cuando hay quien así lo piensa, la Iglesia no ha perdido nunca el tiempo en su misión evangelizadora. Y se entiende, porque la Iglesia ha nacido para la misión, es decir, para congregar a todos los hijos de Dios dispersos. Esa es su naturaleza: ser sacramento universal de salvación para todos los hombres de todos los pueblos. Recibió de su Señor este mandato: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura". Con éste sello de autenticidad: "Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Así de claro y así de simple. 
   La misión evangelizadora, -decía Juan Pablo II-, “es el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual.”  Y añadía: "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo así mismo debe acercarse a Cristo".  El hombre de hoy, la sociedad entera ha de acercarse a Cristo para ser mejor, para vivir mejor; es decir, para salir del marasmo ramplón y triste del desconcierto, del relativismo empobrecedor y libertario, del caos deshumanizador y del rabioso egoísmo imperante que encierra en los propios e insignificantes límites. Pese a poder recorrer el mundo a través de internet en las redes sociales y sobredimensionar la globalización, este hombre es más esclavo que nunca, siendo su vocación la libertad verdadera de los hijos de Dios.

   Reevangelizar. ¿Qué hacemos y cómo lo haremos? Ésta es la pregunta del millón, cuya respuesta la Iglesia quiere encontrar para relanzarla a un nuevo impulso evangelizador hoy. La Iglesia es muy consciente de que ha llegado la hora de hacerlo sin esperar más. No sólo porque el mundo lo necesita, sino porque los países de antigua tradición cristiana están olvidando y descuidando sus raíces cristianas. Su fe cristiana vivida se ha diluido, o bien se ha aguado. 
   Los cristianos no podemos seguir con una fe teórica y apática, con una creencia rutinaria e incluso apagada. El Papa Pablo VI, hablando de la prioridad de la evangelización,  —¡y esto ya hace unos cuantos años!—, recordaba a todos los fieles: «No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza —lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio—, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?». 


   El reto es claro y está siendo relanzado. No nos quejemos más de que las nuevas generaciones están en otra cosa y la sociedad descristianizada. La cuestión es: ¿estamos evangelizados nosotros mismos, cada uno? Si nuestro vivir cristiano es flojo y rutinario, ni dice ni cuestiona, ¿no estará ahí precisamente la causa del problema que supone creer y transmitir la fe hoy?  Sin más dilación, comencemos también nosotros a dejarnos evangelizar cada uno, para ser evangelizadores de los demás. Asumamos el reto de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos.
Padre Gregorio, cpcr

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