UN NUEVO ADVIENTO


   Comenzamos hoy un nuevo año cristiano. Celebramos el primer domingo de Adviento, el período de cuatro semanas con el que nos preparamos para la celebración del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
   El primer domingo de Adviento, en la liturgia, está profundamente marcado por un llamamiento solemne a la vigilancia. En cada uno de los ciclos de lecturas del Evangelio se nos habla de la necesidad de estar vigilantes. San Marcos, en el ciclo B que comenzamos este año, incluye hasta tres veces el mandamiento de “velar” en las palabras de Jesús. Y la tercera vez lo hace con una cierta solemnidad: “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos. ¡Velad!”.
   No es sólo una recomendación ascética, sino una llamada a vivir como hijos de la luz y del día. Esto forma parte de la realidad básica de nuestra vida cristiana, de la coherencia de nuestra fe y de nuestro amor. Y es también nuestra esperanza.
   En este Adviento deseo referirme a las principales figuras del camino de este tiempo litúrgico. El profeta Isaías es el profeta por excelencia del tiempo de la espera, es el profeta de la esperanza, por esto nos acompaña en el Adviento. Es una figura cercana a nosotros y a nuestras expectativas por su deseo de liberación, por su deseo de absoluto, de Dios.
   Esta primacía de Dios es nuestro primer compromiso ante el mundo de hoy como cristianos. Nos hemos de autoevangelizar siempre de nuevo. El comienzo del año cristiano es una buena ocasión para recordárnoslo. Nuestro Plan Pastoral Diocesano para este año nos invita a ir más allá de nuestros templos, de nuestras comunidades, a ser una presencia significativa y misionera en medio del mundo.
   No podemos ofrecer otro mensaje que no sea el primado de Dios. Isaías nos ayuda al proponernos que renovemos nuestra esperanza en Dios. “Tú, Señor, eres nuestro padre; tu nombre de siempre es ‘nuestro redentor’. Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los monte con tu presencia. Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia”.


   Los cristianos sabemos que nuestro Dios se nos ha hecho presente en Cristo. Él ha rasgado el cielo y ha venido a compartir nuestra contradictoria existencia. La belleza expresiva de Isaías no oculta el lado más oscuro de la vida humana, con unas expresiones que parecen escritas para nuestro tiempo de crisis económica, de crisis de valores, de indudable crisis moral: “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento”. La fuerte crisis religiosa de nuestro tiempo queda reflejada en estas palabras del profeta, que nadie dudará que se cumplen también en nuestro presente. “Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa”.
   Pero, por encima de la crudeza de la realidad del mal moral –tan presente, en la génesis de la crisis actual-, está la fe y en definitiva la esperanza en un Dios que es Amor, como se propone recordar una y otra vez al mundo de hoy nuestro Santo Padre: “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”. Como dice San Pablo, Dios Padre, en Cristo, ha dado un sí al mundo. Seamos testigos de esta esperanza en medio de la crisis actual.

Monseñor Joseph Angel Saiz Meneses

Comentarios

Entradas populares