Ejercicios Espirituales: hablando con Jesús, de una forma distinta...
Empezé los Ejercicios Espirituales con ganas. Era mi primera vez, pues
otros años me habían invitado, pero nunca había dado el paso. Esta vez
lo tenía claro.
Quería que fuesen dos días sólo para el Señor, para
aprender a estar con Él. Aunque a la hora de la verdad al empezar me
encontré que sólo me venían a la cabeza temas presentes míos,
preocupaciones, dudas...
Recuerdo la primera
meditación del Padre. Teníamos que formularnos preguntas para
conocernos, para aprender a conocernos mejor. Y no me salía ninguna
respuesta. No lo entendía, pero me era dificultoso poder autoresponderme
en preguntas que hacían referencia a cosas importantes en mi vida. Y
si, quizás me fui a dormir un tanto confuso.
El
sábado todo cambió. Aún con mis preocupaciones a la cabeza, aún sin
poder centrarme en el Señor, sentí la necesidad de ir a hablar con el
Padre. No sabía que iba a decirle, fue un impulso, pero me
levanté y estuvimos conversando. Y realmente fue una bendición, porque
vaciar lo que me preocupaba me ayudó a centrarme en lo que había venido:
en mi relación con Jesús.
Y rezando junto a Él
encontré paz. Era la mañana del sábado. Y sólo por esta primera
sensación que me iba a acompañar durante el resto de ejercicio ya había
valido la pena venir. El Señor me había regalado paz!
Reconozco
que me gusta hablar, con lo que estar en silencio dos días fue un reto.
Pero tenía ganas de probarlo, y me lo tomé en serio. La primera cena
fue muy curiosa: estabamos 5 chicos sentados, haciendo sonidos para
pasarnos la comida o el agua... pero sin ninguna palabra. Lo encontré
cómico, divertido y curioso. Como un juego. Pero también es cierto que
la última cena aprecié este silencio: la comunicación era a base de
servicio, a base de cuidar a los otros compañeros de mesa, a base de
pequeñas complicidades, pero sin palabras.
Pero lo más bonito
de hacer silencio durante los dos días fue adentrarme en un clima de
oración al que podía acceder fácilmente durante el resto del día.
Quizás
el momento más impactante fue cuando, andando por el jardín en un rato
libre, me encontré hablando con Jesús, pero de una forma distinta. Creo
que por vez primera le hablaba como un amigo de forma espontánea,
asumiendo su presencia real en mi, como si estuviera andando a mi lado.
Fue emocionante.
Jesús en estos Ejercicios me
ha ayudado a comprender mejor el amor que nos tiene. A maravillarme de
su misericordia. A querer confiar en su tiempo y su plan.
Y he
podido disfrutarlo junto a otros jóvenes que, aún sin conocernos ni
palabra alguna, sentí cercanos, hermanos, amigos. La comunión que da
Cristo!
Sin duda ha sido una de las experiencias de fe más
importantes de mi vida. Repetiré sin duda, y quiero llevar a más amigos a
disfrutar de ellos.
Porque quiero compartir la experiencia de sentir que Dios nos ama... y esto lo cambia todo!
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