Jesucristo es el centro de nuestra fe

  Con este primer día de diciembre comenzamos este año el camino del Adviento. El tiempo de Adviento tiene una doble finalidad: es el tiempo de preparación para la Navidad, solemnidad que conmemora el primer advenimiento o venida del Hijo de Dios a la humanidad; y, a la vez, es el tiempo en que la atención de nuestro espíritu se dirige hacia la espera del segundo advenimiento de Cristo al final de los tiempos.
  Cristo ya ha venido hace 2000 años; Cristo viene cada día, sobre todo mediante su acción en los sacramentos, en especial en la Eucaristía; y Cristo vendrá al final de los tiempos. Esta es la triple afirmación que resume el espíritu de este tiempo, con el que comenzamos también un nuevo año litúrgico.
  Recuerdo que en mis primeros años de seminario mayor leí una obra del teólogo italo-alemán Romano Guardini, -“La esencia del cristianismo”, que me caló muy hondo y cuya idea central acostumbro a repetir con frecuencia: “El cristianismo no es, en última instancia, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de eso constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concreto; es decir, por una personalidad histórica”.
  Cristo es, pues, el centro de nuestra fe. La esencia del cristianismo es la persona de Cristo y toda la vida cristiana arranca de un encuentro con Él. El papa Benedicto XVI lo expresó bellamente al comienzo de su primera encíclica: “No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus charitas est, 1).
  Jesucristo, único mediador, es la fuente y el objeto de nuestro conocimiento y amor. Él ha de ser el objeto primero de nuestro estudio y contemplación, de nuestro conocimiento y de nuestro amor. La relación personal con Él es lo que nos define como cristianos adultos, no sólo por edad, sino –Dios lo quiera- por madurez. Y todo ello comenzando por la contemplación de su realidad humana, de su cuerpo real, tan presente en la Navidad, y pasando por la contemplación de lo que los Evangelios nos explican de Él: su conocimiento y sus enseñanzas, su voluntad, su amor, su sensibilidad.
 Y continuando después esta contemplación también por su persona divina, como el Hijo de Dios que es. Se trata de contemplar la figura del Hijo, que es apertura a la comunicación del Padre en el Espíritu. Todo el año litúrgico tiene su centro en Cristo, Dios y hombre verdadero, que todo lo recibe del Padre y que nos envía el Espíritu Santo para que podamos vivir como hijos del Padre, para que podamos vivir nuestra filiación divina y desarrollar nuestra vocación de ser hijos adoptivos de Dios, abiertos al Padre, al Hijo y al Espíritu.
  Este es mi deseo para todos al comenzar un nuevo año cristiano. Dentro de él, el 15 de junio de 2014, celebraremos, Dios mediante, el décimo aniversario de nuestra diócesis. 
  Os invito, pues, a vivir un año de acción de gracias y de compromiso cristiano, en el que Cristo esté en el centro de todo lo que podamos vivir y hacer. Os deseo a todos un Adviento fructuoso.

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

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