Un valor llamado PUDOR


“La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina”. Catecismo de la Iglesia Católica nº 2519.
Os ofrecemos el artículo escrito, por el P. Francisco Cergneux, cooperador parroquial, que fue misionero en el Congo y ha fallecido recientemente en enero pasado.
¿QUÉ SON “LOS VALORES”?
Palabra que sí se utiliza con frecuencia, aunque tal vez con un conocimiento vago de su significado. Los valores son principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento en función de realizarnos como personas. Son convicciones fundamentales que nos ayudan a preferir, apreciar y elegir unas cosas en lugar de otras, o un comportamiento en lugar de otro. Nos proporcionan una pauta para formular metas y propósitos, personales o colectivos. Reflejan nuestros intereses, sentimientos y convicciones más importantes, con una importancia independiente de las circunstancias. Los valores valen por sí mismos. Son importantes por lo que son, lo que significan, y lo que representan, y no por lo que se opine de ellos.

COMPORTAMIENTO MÁS QUE PALABRAS
Lo que más apreciamos de los valores es el comportamiento, lo que hacen las personas. Una persona valiosa es alguien que vive de acuerdo con los valores en los que cree. Es lo que en estos momentos todo el mundo aprecia del Santo Padre Francisco. Una persona vale lo que valen sus valores y la manera cómo los vive. Una persona “honesta” es valiosa, porque optó por vivir el valor “honestidad”. La práctica de los valores es la decisión de asumirlos. Es una decisión personal.
Cada cual determina cómo actuar frente a las distintas situaciones de su vida. Unas veces más consciente que otras, eres tú quien decide la actitud y la manera de comportarte frente a las demás personas y frente a las oportunidades, las dificultades o las responsabilidades. Decides asumirlas o eludirlas. Es tu responsabilidad personal en la elección de tu conducta, respecto a los valores, la que te define como persona muy valiosa o menos valiosa. Pero lo que nos interesa ahora es reflexionar sobre el pudor, como valor.

¿QUÉ ES EL PUDOR?
Los filósofos dicen que es característico de la persona ser pudorosa. “El pudor es como la salvaguarda de la intimidad, la prueba de que la persona tiene intimidad y no una existencia meramente pública”. El pudor acompaña siempre a la persona y su desaparición comporta una disminución de la personalidad.
Para muchos, el pudor es un “prejuicio injustificado”, que va en contra de lo natural y del que conviene librarse.
El pudor suele estar vinculado al recato referente a la sexualidad. Constituye, por lo tanto, un elemento de la personalidad que intenta proteger la intimidad. Aquello que da pudor es algo que no se quiere mostrar o hacer en público. Frente a quienes propugnan librarse de él como algo antinatural, hay que decir que ciertamente el pudor ofrece muchas variantes y que no tiene, por así decir, reglas fijas, pero también es claro que aparece en todas las culturas. 
La clave del pudor es que el hombre es un ser personal; se pierde el pudor porque se debilita el sentido de ser persona o por un ambiente que fomenta la despersonalización, la superficialidad y la masificación. El carácter personal del hombre explica el pudor; los animales tienen miedo y temor pero no son pudorosos ni impúdicos, se comportan de manera instintiva.
 El Cardenal Karol Wojtyla, ahora Beato Juan-Pablo II, escribió así en su libro “Amor y Responsabilidad”: “La esencia del pudor es más que temor, aunque pueda parecerse. Solo puede comprenderse dándose perfecta cuenta de que la persona posee una interioridad que es propia tan sólo de ella”. Y continúa: “De ahí nace la necesidad de ocultar o de dejar disimulados dentro de esa interioridad, ciertos valores y ciertos hechos”
El ser humano es personal y en él aparece el pudor o la vergüenza, ante determinadas cosas que aparecen públicamente y que deberían haberse conservado en la intimidad. La desvergüenza obedece a una pérdida de la intimidad. Por tanto, a una “des-personalización” y a una “des-humanización”, ya que ser pudoroso no es “un defecto” ni “una enfermedad”, sino que es un valor intrínsecamente humano.

DEPENDE DE TU DECISIÓN
La práctica de valores requiere de convicción y eso es algo que depende de tu decisión. Decides actuar de acuerdo con tus principios, por convicción y no porque te están viendo o vigilando. Decides la actitud con la que sois parte de una organización o institución y qué clase de persona sois en ella. Esa capacidad de decidir es la fuente de tu plenitud como ser humano.
Lamentablemente los valores se debilitan o se pierden... y una de las razones principales es que existe una gran presión social a favor de “anti-valores”, como es la promiscuidad en el modo de vestir, la exhibición exagerada y hasta grosera del cuerpo humano, sobre todo femenino, la falta de recato en las conversaciones y en el lenguaje empleado, etc. El pudor suena “anticuado”, “mojigato”, “fuera de onda”..., pero tal vez el testimonio de quienes lo vi­ven por convicción personal, pueda hacer cambiar de opinión a muchas personas.

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