EDUCAR EN LA INTIMIDAD CON JESUS

      Desde siempre la comunidad cristiana ha acompañado la formación de los niños y de los muchachos, ayudándoles no sólo a comprender con la inteligencia las verdades de la fe, sino también viviendo experiencias de oración, de caridad y de fraternidad. La palabra de la fe corre el riesgo de quedarse muda, si no encuentra una comunidad que la lleva a la práctica, haciéndola viva y atrayente.
    Todavía hoy las parroquias, los campamentos de verano, las pequeñas y grandes experiencias de servicio son una preciosa ayuda para los adolescentes que recorren el camino de la iniciación cristiana para madurar un compromiso de vida coherente. Aliento por tanto a recorrer este camino que permite descubrir el Evangelio como la plenitud de la existencia y no como una teoría.
     Para que todo esto sea eficaz y dé fruto es necesario que el conocimiento de Jesús crezca y se prolongue más allá de la celebración de los sacramentos. Esta es la tarea de la catequesis, como recordaba el beato Juan Pablo II: “La peculiaridad de la catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo (exhortación apostólica Catechesi tradendae, 19).



   La catequesis es acción eclesial y por tanto es necesario que los catequistas enseñen y den testimonio de la fe de la Iglesia y no su interpretación. Precisamente por este motivo fue redactado el Catecismo de la Iglesia Católica para que la Iglesia de Roma pueda comprometerse con renovada alegría en la educación de la fe. La estructura del Catecismo deriva de la experiencia del catecumenado de la Iglesia de los primeros siglos y retoma los elementos fundamentales que hacen de una persona un cristiano: la fe, los sacramentos, los mandamientos, el Padrenuestro.
   Para ello es necesario educar en el silencio y la interioridad. Confío que en las parroquias los itinerarios de iniciación cristiana eduquen en la oración para que penetre en la vida y ayude a encontrar la Verdad que habita nuestro corazón. La fidelidad a la fe de la Iglesia, además, debe conjugarse con una “creatividad catequística” que tenga en cuenta el contexto, la cultura y la edad de los destinatarios. El patrimonio de historia y de arte que custodia Roma es un camino ulterior para acercar a las personas a la fe. Invito a todos a recurrir a las riquezas de este “camino de la belleza”, que lleva a Aquel que es, según san Agustín, la Belleza tan antigua y siempre nueva.




   ¡No tengáis miedo de comprometeros por el Evangelio! A pesar de las dificultades que encontráis para conciliar las exigencias familiares y laborales con las de las comunidades en las que desempeñáis vuestra misión, confiad siempre en la ayuda de la Virgen María, Estrella de la Evangelización.
   El beato Juan Pablo II, que hasta el final se entregó para anunciar el Evangelio y amó con particular afecto a los jóvenes, intercede también por nosotros ante el Padre.
BENEDICTO XVI

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