No a una economía de la exclusión
En la Unión Europea un país como Luxemburgo tiene un Producto
Interno Bruto de 255.000 millones de euros, mientras que el PIB de
Rumanía es de 35.000 millones euros. La renta per cápita a nivel mundial
oscila de los casi 50.000 de Estados Unidos, y los 40.000 de Japón, a
los 1.300 de Haití o a los 94 del Congo.
Cifras que
para ser entendidas tienen que ser vistas a través de ciertos parámetros
de interpretación, pero que en cuanto números no son opiniones. Y de
los 3.333 dólares de promedio mensual que se gana en Japón a los menos
de 8 dólares mensuales con los que se vive en el Congo, por más
interpretaciones que existan la diferencia es abismal.
La crisis en Europa ha hecho que la gente corte los gastos en la Navidad. Según una encuesta
realizada para e-bay el estado que gastará más es Irlanda, en donde
cada habitante gastará más de 500 euros entre regalos y fiesta, seguida
por Suecia con 422 euros, y terceros serán los franceses con 387 euros.
Cifras astronómicas para los países pobres o en vías de desarrollo, en
donde muchos viven con menos de un dólar al día.
"Lo que dice el Papa es puro marxismo", ha denunciado Rush Limbaugh,
conocido locutor estadounidense y una de las estrellas mediáticas del
"Tea Party", al referirse a la exhortación Evangelii Gaudium, ganando
así mucha audiencia para su show. Mientras por otra parte el portavoz
del Vaticano precisó: “La Exhortación debe ser leída y comprendida en su
naturaleza y en el espíritu y el enfoque que el Papa ha elegido para
tratar los problemas de la pobreza y de la justicia en el mundo".
¿Pero qué ha escrito el papa en la Evangelii Gaudium para suscitar
tonos tan ásperos, al mismo tiempo en que las cifras de las
desigualdades sociales son notables?
El santo padre recuerda algunos de los desafíos del mundo actual, en
un mundo en el que “podemos ver en los adelantos que se producen en
diversos campos” pero al mismo tiempo en donde “la alegría de vivir
frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la
inequidad es cada vez más patente”.
Francisco señala: “No a una economía de la exclusión”,
en la que “no se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente
que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la
competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al
más débil”. Esto que señala el papa vale para una mentalidad existente
en todos los países.
“Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población
se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida.
Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se
puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte»
que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la
explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda
afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se
vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder,
sino que se está fuera”.
Tras esta reflexión del papa Bergoglio, invitamos a nuestros lectores
a recordar dentro de los países ricos, la exclusión en acto de los
trabajos que sufren muchas personas con más de una cierta edad, porque
tienen un costo mucho mayor para las empresas debido a su ancianidad,
las cuales son sustituidas por jóvenes recién recibidos a los cuales les
contratan por poco dinero. Y para los despedidos podemos usar las
palabras del papa: “Los excluidos no son «explotados» sino desechos,
«sobrantes»”.
“En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del
«derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la
libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e
inclusión social en el mundo”, indica la exhortación apostólica.
“Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa
una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder
económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico
imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder
sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder
entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una
globalización de la indiferencia”.
Como se ve en esta frase, el pensamiento del papa va mucho más allá
de un país, y no resulta que el marxismo u otros sistemas hayan hablado
de problemáticas semejantes en estos términos.
“Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante
los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni
nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que
no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la
calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras
todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un
mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
El santo padre invita aquí a dar un “no a la nueva idolatría del dinero” y denuncia que se “reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo”.
“Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que
hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su
predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera
que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda
crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos
creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex
32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo
del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un
objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las
finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre
todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al
ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo”.
“Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de
la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría
feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la
autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí
que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar
por el bien común”.
El papa indica que el Estado debe defender el bien común ante “la
autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”, lo que
claramente no significa un estatismo soviético. Baste recordar las
encíclicas Rerum Novarum, Centesimus Annus, y la Caritas in Veritate en las cuales se indica que el capitalismo en si mismo no es condenable, pero sí los abusos del mismo.
“Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que
impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas.
Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las
posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder
adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una
evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán
de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a
fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que
sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses
del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta”.
“No a un dinero que gobierna en lugar de servir” es la otra denuncia del papa.
“Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de
Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se
considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el
dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la
manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética
lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de
las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es
incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a
su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de
esclavitud”.
“La ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y
un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos
financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras
de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios
bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que
tenemos, sino suyos»”.
El papa invita a realizar una reforma financiera, “Una reforma
financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud
enérgico por parte de los dirigentes políticos, a quienes exhorto a
afrontar este reto con determinación y visión de futuro, sin ignorar,
por supuesto, la especificidad de cada contexto. ¡El dinero debe servir y
no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la
obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a
los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad
desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética
en favor del ser humano”.
“No a la inequidad que genera violencia” es el último punto de esta parte de la exhortación.
“Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no
se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre
los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de
la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán
un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión”.
Aquí encontramos otro punto importante, la igualdad de oportunidades,
que permita a la gente de desarrollar sus talentos y capacidades, lo
que produce desigualdad económica, algo seguramente no compartido por el
socialismo marxista. Carlos Marx indicaba que el comunismo se podía
resumir en una sola palabra: destrucción de la propiedad privada.
“Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la
periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni
recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar
indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la
inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema,
sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así
como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la
injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar
silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más
sólido que parezca”.
La exhortación, como puede ver el lector, habla de la justicia. La
definición de justicia, es dar a cada uno lo que se merece, y lo
contrario produce injusticia. El marxismo habla no de dar a cada uno lo
que se merece, o sea quien trabaja más merece más, sino pagar según sus
necesidades, lo que es muy diverso.
“Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las
estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y
de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a
partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del
llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo
sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y
realizadas”.
“Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del
consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la
inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así la inequidad
genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no
resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los
que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y
la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores
conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a
los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y
pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y
los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve
todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que
es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus
gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología
política de los gobernantes”.
Zenit
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