El gran “regalo” del Niño de Belén
El gran “regalo” del Niño de Belén: una energía espiritual
que nos ayuda a no hundirnos en nuestras fatigas, en nuestras
desesperaciones, en nuestras tristezas, porque es una energía que nos
conforta y transforma el corazón.
El nacimiento de Jesús, de hecho, nos
lleva a la bella noticia de que somos amados inmensamente y
individualmente por Dios, y este amor no solo nos lo hace conocer, ¡sino
que nos los da, nos lo comunica!
De la contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios nacido por nosotros, podemos extraer dos consideraciones.
Si en la Navidad Dios se revela no como uno que está
en las alturas y que domina el universo, sino como El que se abaja, Dios
se abaja: desciende a la tierra, pequeño y pobre, significa que para
ser similar a Él nosotros no podemos ponernos por encima de los demás,
sino abajarnos, ponernos al servicio, hacernos pequeños con los pequeños
y pobres con los pobres. Es una cosa fea cuando se ve a un cristiano
que no quiere abajarse, que no quiere servir, que se pavonea por todas
partes ¡es feo! ¡Ese no es cristiano, es un pagano! ¡El cristiano sirve y
se abaja! ¡Hagamos esto de forma que nuestros hermanos y hermanas no se
sientan nunca solos!
La segunda: si Dios, por medio de Jesús, se ha implicado con el hombre
hasta el punto de convertirse en uno de nosotros, quiere decir que
cualquier cosa que le hagamos a un hermano y a una hermana se la
habremos hecha a Él. Nos lo ha recordado el mismo Jesús: quien haya
nutrido, acogido, visitado, amado a uno de los más pequeños y de los más
pobres entre los hombres, se lo habrá hecho al Hijo de Dios.
Confiémonos a la materna intercesión de María, Madre de Jesús y nuestra,
para que nos ayude en esta Santa Navidad, a reconocer
en el rostro de nuestro prójimo, especialmente de las personas más
débiles y marginadas, la imagen del Hijo de Dios hecho hombre. ¡Gracias!
Papa Francisco
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