¡Paternidad!


    Ignacio, el de Loyola, el de Manresa, el de Barcelona, el de Tierra Santa, el de Alcalá, el de Salamanca, el de París, el de Roma, el de los Ejercicios Espirituales, el de la Compañía de Jesús, tiene una verdadera paternidad para con nosotros, para con la Obra de de los Ejercicios Parroquiales que tuve el consuelo de iniciar, siendo aún casi novicio, por la huerta de Gandía, por la región Valenciana; que Dios me hizo organizar por Cataluña, transplantar al Uruguay, establecer en Francia.
   Asimismo de la Institución de los Cooperadores Parroquiales de Cristo-Rey, que es hija de sus Ejercicios, hija de su genuino espíritu, hija también de las sabias Constituciones y Reglas con que dotó de vida y movimiento, de armas de estrategia y táctica de espiritual milicia a su gloriosa Compañía de Jesús.




  ¡Dichosos mis primeros Ejercicios Espirituales! Tuve casi que adivinarlos. ¡Qué poquísimos seglares los hacían entonces, en España al menos! ¡Casi nadie!... Al terminarlos un monaguillo de la Cueva, hoy religioso sacerdote de la Compañía de Jesús, me acompañó a la iglesia del Rapto (desaparecida, ¡qué lástima!)
   Allí, junto a aquella estatua yacente (también, me temo, destruida), y que decía aquel día mil cosas a mi alma; solo, quise quedar solo, con la resolución más firme de consagrar toda mi vida a aquellos Ejercicios, que acababan de descubrirme un mundo Nuevo y de revelarme la objetividad más real de la religión cristiana, me sentí hijo del Peregrino, hijo espiritual, que acababa de dar de nuevo, el Santo, a luz (San Pablo, Gal. IV-17) con sus milagrosos y fecundísimos Ejercicios Espirituales. Y así le reconocí allí y tome allí por Padre a ese grande convertido, a ese grande santo, que se me antoja simbolizado y preanunciado por el Ángel del  Apocalipsis, que teniendo un pie en los continentes y otro en los mares, mostraba al mundo un "librito abierto", así: "librito" que invitaba al Apóstol San Juan, o al mundo, a devorar...  Llena de consolaciones al alma el misterioso "librito", revolviéndole a uno, sin embargo, hasta las entrañas.
   Dulce como la miel y amargo como el ajenjo.

  ¡Pero si el mundo lo devorase, sin perder de él parte ninguna, ni los títulos de sus cubiertas!... Séanos permitida la personal expansión de este corto artículo con ocasión del mes de julio de este año, cuarenta años después de mi primer Pentecostés. Fue ésta en la Cuaresma de 1906.
  Y séame permitida esta expansión filial después de las 400 y más tandas de Ejercicios personalmente predicadas, dadas, dirigidas, aquí y allí, a unos y otros; y de las incontables a que éstas han dado lugar aquí y allá, a unos y a otros, por unos y por otros, despertando a las más grandes esperanzas, animando a los más atrevidos planes, excitando a las más nobles emulaciones, dentro de un campo en el que lo que falta es operarios y cuerpos de ejército y armas variadas, viejas y nuevas "nova et vetera" (II Cor. V-17), dentro de la unión de la caridad intangible del Corazón del Rey de todos, "ut omnes unum sint, ut credat mundus quia Tu me missisti" [Joan, XXVI], con la que el mundo, incapaz de unión, porque incapaz de generosidad e incapaz de verdadero amor en su egoísmo, llegaría a creer en la divinidad de Jesucristo, capaz de destruir a lo que se llama "mundo", destruyendo a la envidia, destruyendo al orgullo, destruyendo a la ambición.




   Los Cooperadores Parroquiales, pues, de Cristo-Rey también somos Ignacianos, ¡no faltaba más!, ... minúscula institución y nuestra Obra Parroquial de Ejercicios hemos sido injertados providencialmente y llevamos la savia, el espíritu, la vida del alma de San Ignacio. Somos también Ignacianos, y de ello nos gloriamos en Dios.
  ¡Cuanto más grande y gigantesca se proyecta así la figura de ese Ángel del Librito, que como un Agustín, como un Benito, como un Asís, como todos los grandes fundadores, está llenando al mundo de familias religiosas, no sólo de mujeres, sino también de hombres! Familias religiosas, todas queridas por la Iglesia, todas fecundas en santidad, todas gloriosas en conquistas espirituales y todas al servicio de la Iglesia de Dios.
  Somos Ignacianos. Y que lo tengan presente para el porvenir los hijos que Dios me ha dado, y que son mi gloria y mi corona.
P. Francisco de P. Vallet, C. P.
Avanzar, junio de 1947

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