LA VIDA POR UN MISIONERO


“Servidor bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu Señor”
Queridos Padres, Hermanos, Hermanas, ejercitantes y amigos:
Con estas palabras de Jesús, el P. General respondía a un correo en el que yo le pedía poder complacer el deseo de mi padre, de asistirlo en su paso de este mundo a la Morada eterna, lo cual acaba de ocurrir hace solo unas horas.
Si bien “he dejado padre, madre y hermano por Cristo y el Evangelio”, sentí que en este caso era un deber responder al llamado telefónico, inusitado, que mi padre gravemente enfermo de cáncer, me hiciera hace solo unos días. Inusitado porque nunca quiso influir, ni mínimamente, en sentido contrario a aquello que respetaba profundamente: mi vocación de consagrado, de sacerdote misionero. En ese llamado del 11 de septiembre me decía, sin embargo, estando yo en Kinshasa: “Quisiera que vengas a prepararme a bien morir…; hacé lo posible por venir, y que sea lo más pronto que puedas…; me estoy muriendo…”  
Con el visto bueno del P. General, salí de Kinshasa en el primer vuelo que encontramos, justamente el día de la fiesta de la exaltación de la santa Cruz, para llegar a la Argentina a un año exactamente de mi última operación de cáncer, el día de Ntra Sra de los Dolores. Entonces no sabía nada de la historia que había detrás.


         Mi padre, al llegar a casa, quiso mostrarme lo que fue escribiendo en su agenda desde hace tres años, y que había mantenido en total secreto, en relación con mi enfermedad de cáncer. Cuatro días antes de mi primera operación, el 24 octubre de 2008, él escribía: “Yo le he ofrecido mi vida al Señor, por la de Luis. Que cuando se componga, que venga y hacemos el “cambio”  . Yo quisiera que Luis me acompañe para tener una cristiana y santa muerte. Que el Señor haga su voluntad y no la mía”. Firmado: Jorge
Cuando supo de la aparición de mi segundo tumor, el 13 de agosto de 2010 escribía así: “Reitero mi ofrecimiento al Señor: estoy pronto para el cambio: También quisiera que Luisito me acompañe para el “cambio de casa”. Que se haga su santa voluntad y no la mía”. Firmado: Jorge
Al conocer el resultado de mi último control, en junio de este año, donde me aseguraron que no hay rastros de cáncer en mi cuerpo, él pensó: “el Señor tomó mi ofrecimiento…; ahora es el momento de hacer ‘el cambio’…” Y a partir de entonces su cáncer comenzó a hacer su trabajo de modo más acelerado, con un deterioro progresivo de su salud, que lo condujo a la muerte,  este 20 de septiembre de 2011.

El sábado pasado pudimos celebrar con muchísimo gozo espiritual, la Santa Eucaristía en el dormitorio de mis padres, estando solo ellos dos presentes. Allí, al darle el saludo de la Paz, y también al presentarle la Santa Comunión, me repitió, con un gozo entrañable: “Para esto quería que vinieras…! qué regalo me hace el Señor, qué regalo inmenso…!!!”
Sus últimos días los pasó expresando su amor por cada uno que lo iba a saludar. Recibió la comunión con gran devoción y gozo espiritual, y aunque el dolor físico e incomodidades lo visitaban con cierta frecuencia y agudeza, él no dejaba de alabar al Señor, y se preguntaba: “¿cómo tengo que hacer para agradecer?¿qué puedo hacer?”

Dos horas antes de su partida a la Casa del Padre, celebramos la Santa Misa nuevamente en el dormitorio paterno, Misa ‘para alcanzar la gracia de una buena muerte’, donde la antífona del Salmo nos invitaba a responder: “Vamos cantando hacia la Casa del Señor”…
En uno de nuestros postreros diálogos, mi padre me decía: “todos tenemos que cambiar de casa, pero cuánto nos cuesta dejar nuestro ranchito…” Sin embargo, con mi madre notábamos últimamente que nada de este mundo le preocupaba ya, que ni siquiera lo tenía en cuenta. Su corazón estaba repleto de la misericordia hacia los demás, que él mismo pedía con frecuencia a Dios, y se complacía en repetir: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Lo decía por él sin dudas, pero también y mucho, por cuantos él sabía necesitados de conversión.
         Cuando veía la imagen de la Ssma. Virgen María de su habitación, extendía sus dos brazos diciéndole: “yo soy tu hijito”. Que ella lo acompañe a presentarse ante su Hijo Jesús, y que su alma se repose en la Paz del Señor.
La vida de mi padre a cambio de la mía, era para que yo pudiera continuar misionando en el Congo, realizando allí la Obra que el Señor nos ha confiado. Allí, su corazón cpcr estará presente por medio de una de sus obras póstumas: la puerta del Sagrario, con el logo de la Alianza de Amor, que tan bien representa los sentimientos que habitaban su corazón sobre todo este último tiempo de su vida.

Gracias especialmente a mi comunidad de Kimwenza, por haberme permitido realizar este deber de caridad hacia mi padre, de quien tanto he recibido, y a quien tantísimos de cuantos lo hemos conocido tenemos para agradecer, sus muchos testimonios de hombre de bien, de cristiano celoso y ejemplar.
“Servidor bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu Señor”.
Un gracias inmenso por todas vuestras oraciones y manifestaciones de afecto cercano y fraterno, con ocasión de la enfermedad de mi padre.
En nombre de toda la familia Cergneux, 
P. Francisco cpcr

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