EL COMPROMISO DE LA ORACIÓN NECESITA EL APOYO DEL OTRO
Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos
dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel,
para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» (Oración
Colecta).
Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así,
sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él
como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el
tema de la oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este
domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización
de algunos nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han
adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas
las fuerzas, han luchado y han vencido.
Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo
hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de
la batalla contra Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos
levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos
momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en
una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final.
Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la
Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz.
En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el
compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es
inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos
nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.
Extracto de la homilía celebrada por el Papa Francisco el 16 de octubre en la Plaza San Pedro.
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