5 CONSEJOS PARA TRATAR A LOS DIVORCIADOS COMO LO HARÍA JESÚS
El primer atributo de Dios es la misericordia. Es el nombre
de Dios, nos recuerda el Papa Francisco. La misericordia es más grande que
cualquier error que podamos cometer como seres humanos y al estar fundamentada
en el amor de Dios se transforma en infinita, sin límites. Sin embargo, hemos
utilizado la culpa religiosa para tratar de detenerla. En la vida uno puede
equivocarse, caer, pero lo importante es levantarse. La misericordia nos
anima a seguir, la culpa religiosa no detiene, nos cierra la puerta de la
misericordia.
La familia es la primera escuela de la misericordia y la
segunda debería ser la Iglesia. Allí es donde se abren puertas, no se cierran.
Uno no deja de ser hijo por equivocarse, por tropezar en el camino o ser
víctima de los errores ajenos. Uno es hijo siempre. El hogar y la Iglesia
deberían ser esos lugares donde uno siempre puede regresar. Pero el regreso
puede ser beneficioso o no, dependiendo de los anfitriones.
En el Evangelio de San Lucas tenemos una historia que
refleja cómo Dios recibe a sus hijos en su casa después de haberse
alejado. Un joven decide, conscientemente, alejarse de su padre, quien
representa los principios, valores y virtudes familiares. En el recorrido de su
camino se aleja, poco a poco, de aquella educación que por años había recibido.
Es tan grande su lejanía que en un momento se encuentra en “otro país”. Después
de pasar un tiempo en una supuesta “primavera de la vida” cae en cuenta,
reflexiona y se da cuenta que está lejos de su Padre.
Luego de este examen de conciencia, el hijo
regresa a su casa. En el camino recuerda en su más íntimo ser todas
aquellos buenos momentos con su Padre. Ahora, entiende que no es el mismo que
salió. Hubo cosas que han cambiado, que lo han hecho madurar, crecer y sabe que
ahora tiene que afrontar un desafío, quizás el más importante, reconquistar a
su Padre. Sin embargo, nunca se le cruzó por la mente lo que vendría a
continuación. Pensativo caminaba por ese sendero que, después de tanto
tiempo de no ser recorrido, tenía crecida la maleza. Luchando con sus dudas,
con sus temores y con su incertidumbre daba firmes hacia un reencuentro que le
generaba mucha ansiedad. ¿Qué dirían de él?, ¿recibía mirada de condena? ¿Lo
echarían?, ¿lo juzgarían por sus errores? Su corazón era pura ebullición de
nervios y emociones encontradas. Por momento miraba hacia atrás y se preguntaba
si no sería mejor volver a su pasos trabajo como cuidador de cerdos.
La Iglesia representa hoy la Casa del Padre. Es la Puerta de
la Misericordia. Por
lo tanto, es prioritario que como cristianos, en medio de un mundo dolido,
seamos los abrazos, los besos y la representación viva del amor del Padre.
Dadores generosos de la misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita»
(AL297). En esto, es importante sostener que el Padre no cambia, sigue siendo el
mismo en sus principios, valores y virtudes.
Comencemos este recorrido de sensibilidad y apertura
compasiva conociendo algunos aspectos que podemos tener en cuenta a
la hora de abrazar a nuestros hermanos en la comunidad de fe. Este artículo no
pretende promover el divorcio, solo quiere dar algunas pautas para tratar
con caridad a tantos hermanos que viven en esta situación.
1. Jesús no juzga, entonces tú tampoco
Será entonces, la Iglesia, la mismísima agencia pastoral que
recibe a todos sus hijos, no como una aduana que controla el equipaje de los
errores, sino como «la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas» (AL 310). Como el Padre amoroso recibimos a todos y cada uno, tal
cual están y nos capacitamos en las heridas que traen nuestros hermanos y en
cómo comprenderlas.
Por esto mismo, es tarea pastoral de toda la comunidad de fe
ser sensible a la realidad que cada uno vive y tener la apertura compasiva
necesaria para identificarnos en el dolor de nuestros hermanos y buscar la mejor
manera de ayudarlos.
2. Las palabras tienen significados
Quizá utilizar la palabra divorciados para identificar a un
grupo de personas puede sonar duro. El hijo mayor del Padre de la parábola lo
primero que hizo cuando recibió la noticia del regreso de su hermano fue
destacar los errores o los tropiezos de su hermano menor. Quien identifica
a alguien por sus errores no construye puentes, sino muros. Tratar a cada
persona con reverencia buscando ser cuidadosos. Considerar que a algunos les
puede ser significativo algún modo que usemos para expresarnos cuando nos
referimos a ellos.
3. Las familias son diferentes
Cada familia es un mundo y tiene una dinámica interna con
una comunicación particular, más aún en estos tiempos. También se diferencia de
otras porque cada persona es única e irrepetible. Cada familia tiene
personalidades y carácteres heterogéneos. La persona que se ha divorciado y
vuelto a casar tiene una estructura familiar que no funciona como una
familia nuclear. Ahora aparecen ciertos componentes que le son
específicos: ex esposos, hijastros, etc. Por eso mismo hay que ser comprensivos
para aplicar la pastoral en cada caso particular y acoger a cada miembro de la
familia de la mejor forma.
4. Sé prudente con tus preguntas, no todos los hijos son de
los mismos padres
Es importante ser cuidadoso y sensibles en este aspecto. Una
familia puede llegar a nuestra comunidad y tener hijos de diferentes padres.
Veremos entonces diferentes apellidos, características fisiológicas, etc.
Cuidemos de no indagar sobre cuestiones que pueden ser delicadas para los demás
por ejemplo: preguntarle a un adolescente por qué es tan diferente a su
supuesto papá, que en realidad es su padrastro. Las familias ensambladas o
reconstituidas tienen una estructura diferente a las familias de origen, tanto
los adultos como los niños, pueden sentirse tristes por la pérdida de su
familia anterior.
5. Ellos también necesitan ayuda para consolidarse sin ser
estigmatizados por su pasado
Estas familias son una conjugación de varios núcleos
familiares. Algunos ejemplos de ello: una mamá que tiene dos hijos decide
casarse o juntarse con un hombre soltero; un papá que tiene un hijo decide
casarse con una señora que tiene dos hijas; una mamá viuda que tiene tres hijos
decide casarse con un hombre soltero sin hijos o con un papá que tiene uno o
dos hijos. Lo que realmente caracteriza a estas familias es que hay hijos de
matrimonios anteriores, pero no necesariamente de parte de las dos personas
adultas. Según el país, estas familias toman el nombre de ensambladas,
mezcladas, mixtas, reconstituidas o mosaico. Las familias ensambladas
necesitan flexibilidad de parte de cada integrante como también tiempo para
conocerse y aprender a vivir juntos. Una de las primeras herramientas que
podemos adoptar para comprender a estas nuevas familias es: no
estigmatizar a ninguno de los involucrados, ya que viven una serie de
relaciones complejas, y acompañarlos brindándoles soporte, tanto a los adultos
como a sus hijos.
Conclusión
Cuando el hijo menor regresó a su casa, dice San Lucas,
comenzó una gran fiesta. La mejor comida, el vino fino y la música fueron los
elementos que le dieron color a la celebración. Sin embargo, el fundamento de
la alegría era el amor que el Padre había tenido por su hijo, que antes estaba
perdido, pero que ahora había sido hallado (Lucas 15, 24). Las personas no
podemos ver esta alegría si somos colmados de culpa religiosa que pareciera que
nos cierra la puerta del Cielo mismo. Necesitamos de la alegría del amor que se
regocija en darnos la bienvenida y para encontrarla debemos pasar por el umbral
de un corazón lleno de misericordia y hermandad, donde nos incluyan con
una mirada de compasión, con los brazos abiertos y con una actitud pastoral
saludable, basada en la verdad y la caridad.
Fuente: Catholic.net
Comentarios
Publicar un comentario
A la hora de expresarse tengamos en cuenta la ley de la Caridad