SALE, BUSCA, ENCUENTRA, SE ALEGRA, NO DA NADA POR PERDIDO


Queridos hermanos y hermanas,

¿Qué imagen tenemos de Dios? ¿Qué imagen tienes de Dios? Porque la imagen que tenemos de Dios condiciona más de lo que nos pensamos nuestra vida, nuestra espiritualidad...

Los Fariseos y los Maestros de la Ley, tienen una imagen de Dios que les hace preguntarse: ¿por qué Jesús, que es como un maestro, acoge los pecadores y come con ellos? Si Dios es un juez, si Dios castiga y condena, si Dios no ama los pecadores, ¿qué hace este Jesús con los pecadores?

Las tres parábolas de Jesús van en la línea de presentar otra imagen de Dios. Un Dios que sale a buscar el pecador, un Dios que lo busca, un Dios que lo encuentra, un Dios que se alegra. La imagen que Jesús da de Dios es muy diferente de la que tenían los Fariseos y Maestros de la Ley. La imagen que da Jesús con estas tres parábolas, es la imagen de un Dios que ama de verdad al pecador. Un Dios misericordioso. ¡Dios es misericordia!

Esto nos da una enseñanza: Si creemos en un Dios que sale, que busca, que encuentra, que se alegra, que nunca no da nada por perdido, también nosotros tendríamos que hacer lo mismo. Nos mueve el Espíritu de Dios, por tanto, si Dios “sale, busca, encuentra, se alegra, no da nada por perdido”. También nosotros haremos lo mismo... No por voluntarismo, sino como el dinamismo que provoca Dios en nosotros. No demos nunca a nadie por perdido. Dios no lo hace, no lo hagamos nosotros.

Segunda enseñanza: ¿Qué imagen tenemos de Dios? Es bueno que nos lo preguntemos, que lo recemos. Es bueno que vayamos haciendo evolucionar nuestra imagen de Dios a partir de las enseñanzas de Jesús.

Segunda idea: Hay una expresión en la primera parábola que nunca le había dado importancia. Y esta vez, meditando la palabra, me sorprendió mucho. La expresión es “noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Y pregunto yo: ¿quién no necesita convertirse? ¿Hay alguien que no necesite convertirse? No. Todos tenemos necesidad. Pienso que con esta expresión, Jesús está siendo un poco irónico, y, al mismo tiempo, nos comunica una idea poderosa.

Hay una oveja perdida, son los cobradores de impuestos y los otros pecadores, que reconocen su pecado. Hay noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, son los Fariseos y los Maestros de la Ley, que no se sienten pecadores.

De la parábola del Padre misericordioso se puede sacar el mismo esquema. El Hijo Pródigo, serían los cobradores de impuestos y pecadores. Han pecado, lo han reconocido, vuelven al buen camino. El Hijo mayor, serían los Fariseos y Maestros de la Ley que no han desobedecido nunca ni un solo de los mandamientos de Dios, pero, no han entrado en comunión con Dios. El final de la parábola es muy iluminador: el Hijo Pródigo, el que ha pecado y ha reconocido su pecado, acaba cerca del Padre, en la casa del Padre. En cambio el Hijo mayor, que no ha pecado, está lejos del Padre, y del hermano.

La enseñanza de las dos parábolas es clara: quien no se reconoce pecador, va errado, y muy errado. Todos somos pecadores, todos necesitamos de la conversión. Todos, de diversas maneras, necesitamos volver a la casa del Padre.

Cuando leemos la parábola... ¿dónde nos situamos? Como los  justos que no necesitan convertirse. Como el hijo mayor que cumple todos los mandamientos...


¡¡No seamos de los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse!! Porque es mentira. No seamos el hermano mayor que no peca, pero, que no vive con alegría estar en la casa del Padre. Nosotros somos la oveja perdida, somos el Hijo Pródigo... ¡¡gracias a Dios!!

Francesc Jordana



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