Alegría del Evangelio de la familia
La verdad del Evangelio sobre el amor humano y la bondad y belleza de toda vida humana se convierte en fuente de alegría permanente. El mismo «Cristo necesita familias para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la belleza de la vida familiar».
Así, la misión de los padres es insustituible y, como no cabe opción a delegar la transmisión de la vida ni de la fe, tampoco cabe la posibilidad de que la verdad del bien que es la familia para un hijo se les pueda comunicar de otra forma que no sea viviendo en un hogar como comunión de amor; de ahí la enorme responsabilidad de los padres, en primer lugar, de procurar que eso sea así y, en segundo lugar, de las instituciones públicas de favorecer las condiciones mínimas para poder llevar a cabo esa tarea dotando de la tutela, ayuda y protección necesarias para la estabilidad y seguridad de las familias.
Esa alegría de la vida en familia forma parte de la naturaleza del ser humano, debido a su inherente vocación al amor y a la felicidad. Con respecto a la transmisión de la fe es esencial que ésta sea una fe viva, testimonial y alegre, traspasada por la esperanza y la caridad.
Sin esos elementos, la persona en general, y el niño en particular, difícilmente podrá experimentar y hacer suyo que el mensaje que le comunican en su hogar y en la vivencia de la parroquia encierra una verdad auténtica; a lo sumo, podrá repetir frases vacías, comportamientos miméticos que acepta sin comprender y sin hacerlos vida; y no le llevará a vivir con alegría, sobre todo cuando otros mensajes, en distinto sentido, lleguen a sus oídos, a sus corazones, que terminarán por anular la experiencia de la causa profunda y vital de dicha alegría.Nadie en la comunidad eclesial puede desentenderse de esta misión.
Todos hemos recibido una vocación al amor. Todos estamos llamados a ser testigos de un amor nuevo, de una gran alegría, que será el fermento de una cultura renovada, que pasa por la defensa del amor y de la vida como bienes básicos y comunes a la Humanidad. En esta fiesta de la Sagrada Familia, pidamos la gracia de experimentar la alegría del Evangelio de la familia y ser testigos de esta alegría en los hogares, en la Iglesia y en el conjunto de la sociedad.
Así, la misión de los padres es insustituible y, como no cabe opción a delegar la transmisión de la vida ni de la fe, tampoco cabe la posibilidad de que la verdad del bien que es la familia para un hijo se les pueda comunicar de otra forma que no sea viviendo en un hogar como comunión de amor; de ahí la enorme responsabilidad de los padres, en primer lugar, de procurar que eso sea así y, en segundo lugar, de las instituciones públicas de favorecer las condiciones mínimas para poder llevar a cabo esa tarea dotando de la tutela, ayuda y protección necesarias para la estabilidad y seguridad de las familias.
Esa alegría de la vida en familia forma parte de la naturaleza del ser humano, debido a su inherente vocación al amor y a la felicidad. Con respecto a la transmisión de la fe es esencial que ésta sea una fe viva, testimonial y alegre, traspasada por la esperanza y la caridad.
Sin esos elementos, la persona en general, y el niño en particular, difícilmente podrá experimentar y hacer suyo que el mensaje que le comunican en su hogar y en la vivencia de la parroquia encierra una verdad auténtica; a lo sumo, podrá repetir frases vacías, comportamientos miméticos que acepta sin comprender y sin hacerlos vida; y no le llevará a vivir con alegría, sobre todo cuando otros mensajes, en distinto sentido, lleguen a sus oídos, a sus corazones, que terminarán por anular la experiencia de la causa profunda y vital de dicha alegría.Nadie en la comunidad eclesial puede desentenderse de esta misión.
Todos hemos recibido una vocación al amor. Todos estamos llamados a ser testigos de un amor nuevo, de una gran alegría, que será el fermento de una cultura renovada, que pasa por la defensa del amor y de la vida como bienes básicos y comunes a la Humanidad. En esta fiesta de la Sagrada Familia, pidamos la gracia de experimentar la alegría del Evangelio de la familia y ser testigos de esta alegría en los hogares, en la Iglesia y en el conjunto de la sociedad.
Del Mensaje de los Obispos españoles para la Jornada de la Sagrada Familia
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