Shalom, Paz, Salam
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación
a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero
que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que
une, para superar lo que divide.
Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar
aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación
es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como
cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad,
que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en
Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y
desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio
Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas
personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones:
personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a
nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo
ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y
mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de
nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos
que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a
los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la
enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen
el amor y la amistad.
Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la
guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es
deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria
nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a
toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez
más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de
Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la
guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al
enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y
no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las
provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se
necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son
suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el
maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos
aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No
renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un
acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de
frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos
responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a
doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta
palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos
de un mismo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la
intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre
nuestra.
Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros
conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos
momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas
vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas...
Pero nuestros esfuerzos han sido en vano.
Ahora, Señor, ayúdanos tú.
Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz.
Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir:
«¡Nunca más la guerra»;
«con la guerra, todo queda destruido».
Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Pero nuestros esfuerzos han sido en vano.
Ahora, Señor, ayúdanos tú.
Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz.
Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir:
«¡Nunca más la guerra»;
«con la guerra, todo queda destruido».
Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Señor, Dios de Abraham y
los Profetas,
Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos,
danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz;
danos la capacidad de mirar con benevolencia
a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino.
Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos
que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz,
nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón.
Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza
para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación,
para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras:
división, odio, guerra.
Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes,
para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano»,
y el estilo de nuestra vida se convierta en
shalom, paz, salam.
Amén.
Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos,
danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz;
danos la capacidad de mirar con benevolencia
a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino.
Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos
que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz,
nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón.
Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza
para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación,
para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras:
división, odio, guerra.
Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes,
para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano»,
y el estilo de nuestra vida se convierta en
shalom, paz, salam.
Amén.
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