¡nuestra identidad cristiana es pertenencia!
Iniciativa
de Dios que quiere formar un Pueblo que lleve su bendición a todos los
pueblos de la tierra. Empieza con Abraham y luego, con mucha paciencia –
y Dios tiene, tiene tanta- con mucha paciencia prepara este Pueblo en
la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e
instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre nosotros).
Hoy vamos hacer hincapié en la importancia que tiene para el cristiano
pertenecer a este Pueblo. Hablaremos de la pertenencia a la Iglesia.
1. Nosotros no estamos aislados y no somos cristianos a título
individual, cada uno por su lado, no: ¡nuestra identidad cristiana es
pertenencia! Somos cristianos porque nosotros pertenecemos a la Iglesia.
Es como un apellido: si el nombre es "Yo soy cristiano", el apellido
es: "Yo pertenezco a la Iglesia."
Es muy bello ver que esta
pertenencia se expresa también con el nombre que Dios se da a sí mismo.
Respondiendo a Moisés, en el maravilloso episodio de la "zarza ardiente"
(cf. Ex 3,15), de hecho, se define como 'el Dios de tus padres'; no
dice 'yo soy el Omnipotente', no: 'yo soy el Dios de Abraham, Dios de
Isaac, Dios de Jacob'.
De este modo, Él se manifiesta como el
Dios que ha establecido una alianza con nuestros padres y se mantiene
siempre fiel a su pacto, y nos llama a que entremos en esta relación que
nos precede. Esta relación de Dios con su Pueblo nos precede a todos
nosotros, viene de aquel tiempo.
2. En este sentido, el
pensamiento va primero, con gratitud, a aquellos que nos han precedido y
que nos han acogido en la Iglesia. ¡Nadie llega a ser cristiano por sí
mismo! ¿Es claro esto? Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se hacen
cristianos en laboratorio.
El cristiano es parte de un Pueblo
que viene de lejos. El cristiano pertenece a un Pueblo que se llama
Iglesia y esta Iglesia lo hace cristiano el día del Bautismo, se
entiende, y luego en el recorrido de la catequesis y tantas cosas. Pero
nadie, nadie, se hace cristiano por sí mismo.
Si creemos, si
sabemos orar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si
nos sentimos cerca y lo reconocemos en nuestros hermanos, es porque
otros, antes que nosotros, han vivido la fe y luego nos la han
transmitido, la fe la hemos recibido de nuestros padres, de nuestros
antepasados y ellos nos la han enseñado.
Si lo pensamos bien,
¿quién sabe cuántos rostros queridos nos pasan ante los ojos, en este
momento? Puede ser el rostro de nuestros padres que pidieron el bautismo
para nosotros; el de nuestros abuelos o de algún familiar, que nos
enseñaron a hacer la señal de la cruz y a recitar las primeras
oraciones.
Yo recuerdo siempre tanto el rostro de la religiosa
que me enseñó el catecismo, está en el cielo seguro, porque es una
santa mujer; yo la recuerdo siempre y doy gracias a Dios por esta
religiosa. O el rostro del párroco, un sacerdote o una religiosa, un
catequista, que nos ha transmitido el contenido de la fe y nos ha hecho
crecer como cristianos. Pues bien, ésta es la Iglesia: es una gran
familia, en la que se nos recibe y se aprende a vivir como creyentes y
discípulos del Señor Jesús.
3. Este camino lo podemos vivir no
solamente gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la
Iglesia no existe el “hazlo tú solo”, no existen “jugadores libres”.
¡Cuántas veces el Papa Benedicto ha descrito la Iglesia como un
“nosotros” eclesial!
A veces sucede que escuchamos a alguien
decir: “yo creo en Dios, creo en Jesús, pero la Iglesia no me interesa”.
¿Cuántas veces hemos escuchado esto? Y esto no está bien.
Existe quién considera que puede tener una relación personal directa,
inmediata con Jesucristo fuera de la comunión y de la mediación de la
Iglesia. Son tentaciones peligrosas y dañinas. Son, como decía Pablo VI,
dicotomías absurdas.
Es verdad que caminar juntos es difícil y
a veces puede resultar fatigoso: puede suceder que algún hermano o
alguna hermana nos cause problemas o nos dé escándalo. Pero el Señor ha
confiado su mensaje de salvación a personas humanas, a todos nosotros, a
testigos; y es en nuestros hermanos y en nuestras hermanas, con sus
virtudes y sus límites, que viene a nosotros y se hace reconocer. Y esto
significa pertenecer a la Iglesia. Recuérdenlo bien: ser cristianos
significa pertenencia a la Iglesia. El nombre es “cristiano”, el
apellido es “pertenencia a la Iglesia”.
Queridos amigos,
pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la
Iglesia, la gracia de no caer jamás en la tentación de pensar que se
puede prescindir de los otros, de que se puede prescindir de la Iglesia,
de que podemos salvarnos solos, de ser cristianos de laboratorio.
Al contrario, no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos; no se
puede amar a Dios fuera de la Iglesia; no se puede estar en comunión con
Dios sin estar en comunión con la Iglesia; y no podemos ser buenos
cristianos sino junto a todos los que tratan de seguir al Señor Jesús,
como un único Pueblo, un único cuerpo y esto es la Iglesia. Gracias».
Papa Francisco, 25/06/2014
(Traducción Cecilia Mutual y Eduardo Rubió, de Radio Vaticano)
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