Coger su mano
Jesús pasa haciendo el bien y sanando a los enfermos. Si quitásemos de los
evangelios los pasajes donde Jesús se acerca, escucha, cura a los enfermos, los
dejaríamos muy reducidos. Verdaderamente, Jesús, con su vida y su ejemplo, nos
recuerda que los que sufren son el gran tesoro de la Iglesia. Aquel padre se
acercó a Cristo, como tantos otros padres, viendo a su hija sufrir. Quizás no
existe sufrimiento más angustioso que ver sufrir a la persona que se ama y no
se puede hacer nada por ella. Jairo es un hombre religioso, pero que se
encuentra como todos, tarde o temprano, con el dolor y la muerte. Acude a
Jesús. El sufrimiento es siempre lo que provoca la pregunta más violenta que
hacemos contra Dios y sus planes. En el fondo, creemos que, cuando sufrimos,
Dios no nos quiere y estamos muy lejos de Él, cuando, precisamente, es todo lo
contrario. El gran drama de los que sufren es que le preguntan a Dios: ¿Por
qué?, pidiéndole explicaciones que, en el fondo, es «querer ser como Dios».
La gran tentación del corazón humano es ponerse en el puesto de Dios, cuando,
en realidad, al Señor siempre le debemos preguntar: ¿Para qué?, pues,
como les dijo a los apóstoles, «lo entenderéis más tarde».
Él nunca responde a ¿Por qué? Y siempre con la vida, más tarde,
responde a ¿Para qué? Aquella niña de 12 años, edad en que se abría a la
vida y comenzaba a ser mujer y a tener todas las esperanzas e ilusiones del
mundo, parecía que se había tronchado. Sólo hay un camino, la aceptación y
saber esperar, porque después del túnel siempre se enciende una luz. Si los
arquitectos humanos hacen los túneles con salidas, Dios nos mete en túneles que
siempre tienen salidas, siempre existe una luz, aunque sea al final; sólo hay
que tener paciencia y vivirlo todo desde el amor de Dios.
Jesús hace el milagro, como hace miles de milagros cada día devolviendo la
vida a tantos muertos por el pecado y el egoísmo. Se interesa, nos mira, nos
abraza, se palpa que todo lo humano afecta a su Corazón. Sencillamente, nos ama
desde la realidad de nuestra vida.
Jesús la tomó de la mano. Como para indicarle su amor por lo pequeño, por
lo insignificante. Al instante, se levanta, como Pablo, que para recuperar la
vida tiene que ser cogido de la mano, como un niño. La verdadera vida
siempre es Jesús, que se hace Vida y Camino para todos los que se abandonan en
sus manos. La clave es confiar. Su padre, sencillamente, confía en la fuerza y
el poder del Señor. Jesús toma de la mano a la niña y le dice: Talita, kumi
(¡Niña, levántate!) En el fondo, siempre que el Señor se acerca a
nuestra vida, es para darnos Vida en abundancia. Sólo hay que coger su mano, y
su Corazón.
+ Francisco Cerro
Chaves
obispo de Coria-Cáceres
obispo de Coria-Cáceres
Comentarios
Publicar un comentario
A la hora de expresarse tengamos en cuenta la ley de la Caridad