Tocar el corazón de Cristo

   Dicen que una de las cosas más difíciles en el mundo es poder tocar el corazón de alguien, es decir llegar a lo más profundo de su esencia de persona y generar en aquel ser humano una respuesta reactiva, frente al intento externo de llegar a lo más propio y seguro de cada ser humano y que la gente ha llamado corazón.
   Y es que aunque parezca una cosa de pura retórica nos hemos acostumbrado a decir y a escuchar que la gente es capaz de tocar el corazón de otros. Un ejemplo singular de esto es el de los enamorados, una de las expresiones más comunes entre ellos, es aquella de “me has robado el corazón” que aunque parezca sacada de una novela color rosa al mejor estilo latinoamericano, expresa los sentimiento de amor y entregan que sienten el uno por el otro, capaces incluso de dar la vida y sacrificar todo por aquel o aquella que es objeto de su amor.
  Pero no solo eso también la gente suele hablar de corazón frente a personas o situaciones que generan cierta lastima y compasión ¿cuantas veces hemos escuchado aquella frase de “se me partió el corazón”? Y con esto se quiere indicar lo profundamente doloroso que puede ser ver y presenciar aquello que de verdad nos ha conmovido y nos ha dejado colgados de un hilo, en donde además podemos decir, que nos han dejado con el corazón en la mano. 
  Pues sucede lo mismo cada vez que nos acercamos al altar para recibir o adorar el Cuerpo y la Presencia del Señor Resucitado; es en estos encuentros en donde “Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que Él toca el nuestro”.
  Ya que cada encuentro eucarístico es para los creyentes un renovar continuo de nuestra relación filial con el Resucitado, en donde como al apóstol Santo Tomás nos ofrece su costado abierto, para tocar y ver sus heridas glorificadas por el amor a nosotros.
  Pero este “Tocar el corazón de Cristo” no se queda solamente en una experiencia individualista y unipersonal, todo lo contrario; este “Tocar” aquello que es lo más profundo del Señor, y que es su propio Ser Divino, nos une íntimamente a Él y por eso en nuestro tocar, no somos nosotros solos los que tocamos, sino que es Él
quien primero toca nuestro corazón para ser una sola cosa, con su ser divino.
  Tocar el Corazón de Cristo no es hacer como aquel tratamiento médico en donde el doctor masajea el corazón enfermo del paciente, para estimular en este latidos de vida; el efecto aquí es todo lo contrario, ya que dejando que nosotros toquemos el corazón mismo de Cristo, somos reanimados al estar en contacto directo con su latir de amor y de vida eterna; y por eso no es Él quien revive por nuestro roce místico y espiritual, sino que somos nosotros los que nos vemos reanimados al palpar con las manos de la fe, el sagrado corazón de Cristo.
  Esto es lo que realizamos con cada eucaristía, lo que pedimos en cada hora santa o momento de adoración eucarística, dejamos que Cristo tome nuestra mano, como tomó la de Santo Tomas y la lleva a su pecho abierto y allí mete nuestra la mano en aquella fuente arcana de vida eterna; es allí donde nuestro corazón recibe un nuevo impulso de vida, un nuevo latir que nos hace capaces de seguir viviendo en un mundo aparentemente gris, pera que nos impulsa a seguir anunciándolo a todos los hombres y a todos decir que hemos encontrado la fuente de la verdadera vida.
  Gracias Jesús por entregarnos tu corazón, por dejar que nuestras manos llenas de pecados, toquen tu divino corazón. Gracias por que abres tu corazón a la Iglesia, por que lo confías a tus fieles, que te adoran en cada sagrario y en cada custodia y que quieren sentir como tocas lo más profundo de su ser. Haz Señor que vivamos estos días inspirados por este divino toque de amor, y que solo deseemos tocar esta bendita fuente de vida, para que reanimados por tus latidos de amor, abramos nuestro corazón a todos, y renovemos el mundo con la fuerza de tu divino toque de Amor. Así sea.
José Ignacio Romero

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