Preciosa presentación de Jesucristo
Preciosa presentación de Jesucristo por parte de su Padre desde el cielo:
“Tú eres mi hijo amado, el predilecto” (Lc 3,22).
Concluimos con la fiesta del Bautismo del Señor el ciclo de Navidad este domingo, y nos preguntamos quién es éste, quién es Jesús.
La presentación nos viene ofrecida por su Padre Dios: “Este es mi Hijo amado”. Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Y ante el asombro de todos, hemos sabido que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se ha hecho hombre verdadero. Hombre como nosotros, tomando una existencia plenamente humana, en todo semejante a la nuestra, excepto en el pecado.
Es decir, se ha hecho hombre, y se ha hecho hombre en la condición de humillado, sometido al sufrimiento y a la muerte, para rescatar al hombre perdido por el pecado, alejado de Dios, sin rumbo y sin esperanza.
Los días de Navidad tienen este remate impresionante, para hacernos ver que solo en Jesucristo hay salvación para el hombre.
El hombre de hoy -y de todos los tiempos- no tiene remedio con cualquier cosa. Tiene un cáncer, y eso no se cura con aspirina. Está herido de muerte, y no puede curarse con buenas palabras. Sólo en Jesucristo puede el hombre encontrar la salvación. Sólo en él hay esperanza para cualquier persona, sea cual sea su situación.
Porque Jesucristo ha dado su vida por cada uno de los humanos, ha recorrido los caminos perdidos de cada hombre para traerlo a la casa del Padre y hacerle disfrutar de los dones de Dios. Y eso sólo puede hacerlo siendo Dios, compartiendo con nosotros su condición divina, haciéndonos hijos en el Hijo.
Y lo ha hecho acercándose hasta nosotros en su condición humana, hecho niño indefenso, pasando desapercibido la mayor parte de su vida, y, mediante su ministerio público, anunciando el Reino de Dios a todos los hombres, por el camino de la conversión, hasta morir en la cruz y vencer la muerte en la resurrección.
El bautismo de Jesús ha inaugurado nuestro bautismo. El agua en la que Cristo entra, ungido por el Espíritu, ha recibido de él la fuerza del mismo Espíritu que le ha consagrado. Es como si el fuego entrando en el agua, convirtiera el agua en vehículo transmisor de ese mismo fuego.
El bautismo de Jesús es el origen de nuestra unción con el Espíritu para hacernos hijos de Dios. El Espíritu Santo ha capacitado la carne de Cristo para la gloria. Sumergido en el agua, como anticipo de su muerte, la carne de Cristo se ha hecho capaz para gozar de Dios eternamente. Y en ese mismo acto, y a través del agua, nos transmite a nosotros el Espíritu que nos capacita para superar el pecado y la muerte, hacernos hijos de Dios y herederos del cielo.
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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