Entregamos a María nuestros miedos
Comenzamos un nuevo año de la mano de María, nuestra Madre, la Madre de Dios.
Dejamos atrás el año y estrenamos, con esperanza, sin pesimismo, un año que seguirá marcado por la crisis a nivel mundial.
Tenemos miedo. Es inherente a todo hombre.
Nos da miedo el futuro. Nos asusta esa incertidumbre que no controlamos. Nos da miedo la vida que se abisma en la muerte y ese paso del tiempo que parece imparable.
Nos asustan las crisis, la falta de dinero, la inseguridad de una vida que nos es dada como don y luego adquirimos como un derecho.
Nos asusta la precariedad del trabajo y la fragilidad de los sueños.
Lo sabemos, no es posible pretender vivir sin miedos. Sería como renunciar a ser humanos, obviar el dolor del huerto de los olivos en nuestra vida, apagar la pasión por el mundo, soslayar el temor a perderla.
El que nada ama, nada teme. Nosotros, porque amamos, tememos perder a los que queremos. No es malo que haya miedo en el alma.
Porque el miedo nos impulsa a luchar por la vida y logra que no nos dejemos llevar por la corriente. Vivir sin miedos sería parecido a vivir sin pasiones, casi sin alma. Seríamos máquinas encerradas en piel humana. Sin vínculos. No es posible, por lo menos, no recomendable.
Pese a todo, lo que no podemos permitir es dejar que el miedo nos paralice y bloquee nuestra vida. No puede impedir que salga lo mejor del corazón.
Cuando vivimos con miedo a otros, a la vida, a la sociedad, acabamos siendo otras personas, distintos a los que podemos llegar a ser.
Hoy le entregamos a María nuestros miedos. No para que Ella se los quede y nos libre para siempre de su poder. Sino para que Ella los lleve a nuestro lado, abrazando nuestra vida, sosteniendo la fragilidad de nuestros pasos.
Tomándonos en brazos con nuestro miedo y su confianza, con nuestra debilidad y su fortaleza.
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