Es el Niño quien guía a la estrella.
En el momento mismo en
que los Magos se postraron ante Jesús, la astrología había llegado a su fin,
porque desde aquel momento las estrellas se moverían en la órbita establecida
por Cristo .
En el mundo
antiguo los cuerpos celestes eran considerados como poderes divinos que
decidían el destino de los hombres. Los planetas tienen nombres de divinidades.
Según la opinión de entonces, dominaban de alguna manera el mundo, y el hombre
debía tratar de avenirse con estos poderes.
La fe en el Dios único que muestra
la Biblia ha realizado muy pronto una desmitificación al llamar con gran
sobriedad al sol y a la luna —las grandes divinidades del mundo pagano—
«lumbreras» que Dios puso en la bóveda celeste (cf. Gn 1,16s).
Al entrar en el mundo pagano, la fe
cristiana debía volver a abordar la cuestión de las divinidades astrales.
También el relato de la estrella de
los Magos está en esta línea: no es la estrella la que determina el destino del
Niño, sino el Niño quien guía a la estrella. Si se quiere, puede hablarse de
una especie de punto de inflexión antropológico: el hombre asumido por Dios
—como se manifiesta aquí en su Hijo unigénito— es más grande que todos los
poderes del mundo material y vale más que el universo entero.
Benedicto XVI, La infancia de Jesús
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