DIVERSIDAD EN LA UNIDAD


    Una de las cuestiones que los católicos hemos de defender con mayor ahínco es la unidad de la Iglesia. Sin embargo, esa unidad no es óbice para descubrir las maneras tan distintas y diversas en que se manifiesta esa unidad. 
    Existe una diversidad de vocaciones, de modos diferentes de vivir la vocación cristiana, que no dejan de ser una expresión de la rica belleza y hermosura de la Iglesia. Son signo de que el seguimiento de Cristo no pasa por ningún “canuto”. Es la infinitud de la gracia de Dios, iluminando a todos los bautizados, para que cada uno descubra su peculiar y específica manera de vivir la entrega y el seguimiento a Cristo.


    Los carismas se manifiestan y encarnan en una personalidad concreta (una persona, un grupo….) que, por inspiración de la gracia, inician un modo nuevo de vivir el misterio de Cristo y de su Esposa, la Iglesia, en el día a día de la vida. Es la manera de expresar al mismo Jesús, en cada época o circunstancia de este mundo, para llevar a cabo su mandato: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.


    ¿Cuál es la tentación? La condición humana, siempre tan limitada, puede en ocasiones olvidarse de esta misión universal de la Iglesia (donde caben todos los que buscan la fidelidad a la gracia) y encerrarse en el “grupito” o el “capillismo”….pensando que sólo “ellos” son los portavoces auténticos de Dios. 
    La magnanimidad es la capacidad de tener el alma grande, para dar gracias a Dios por todos los carismas que embellecen la Iglesia. Esos dones, que son bendecidos por la Iglesia, nos hablan de la infinitud del amor de Dios para llegar a las almas del mundo entero.

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