Vulnerables ante el amor de María


   María, nuestra Madre Inmaculada, es el ideal que soñamos alcanzar. Anhelamos la armonía que no tenemos y la pureza que nos es esquiva. Cuando hablamos de pureza pensamos en la bienaventuranza referida a los que tienen un corazón puro. Sólo con un corazón puro somos capaces de ver a Dios.
   Deseamos la pureza en la mirada, en el pensamiento, en el corazón, para descubrir la luz en la oscuridad, la belleza debajo del barro, la vida en la sequedad del desierto. María refleja esa pureza, esa belleza recibida como don de Dios. 
   Necesitamos su amor para vivir con esa paz que desaparece tan rápidamente de nuestra vida. 
   Necesitamos su presencia en nuestra vida para no dejar de anhelar el cielo, la vida plena, la pureza de un alma entregada a Dios. 
   Nos cuesta ser dueños de nuestro mundo interior. En nuestro caos interior, tan lejos de la armonía que refleja María, nos sentimos perdidos. En ese desorden de afectos y pasiones parece no haber un claro dueño.
  Es por eso que María quiere mirar nuestro corazón y quiere reinar en nuestra alma herida.
  Decía Benedicto XVI al hablar de María en la fiesta de la Inmaculada: «La mirada de María es la mirada de Dios dirigida a cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice». 
  Ella nos mira con amor de Madre, y, ante esa mirada, nos sentimos amados y pequeños. Somos vulnerables a ese amor que se nos da por entero
  El amor de Dios se nos regala en la mirada de María. En Ella nos sentimos queridos, dignos, valorados y amados por lo que somos.

Comentarios

Entradas populares