EN EL SILENCIO, CRISTO HA RESUCITADO!!!

   
   ¡¡¡ Feliz, gozosa, Santa Pascua del Señor!!!
  Sí. Está vivo. La muerte no tuvo la última palabra. Por un momento poneros en el pellejo de los apóstoles, de las mujeres que le seguían cuando le viuieron muerto y bien muerto, y ahora... vivo, de una vida resplandeciente.
  Nos hemos acostumbrado al mensaje de la Pascua, pero nos queda aún mucho para vivir en el gozo y la alegría de la victoria de finitiva de Cristo.
   El Señor ha resucitado, ha resucitado de noche.
   Ha resucitado en el silencio para el mundo.

  Ha resucitado sin que nadie ni lo viera ni pudiera verlo, porque la Resurrección como tal es un acontecimiento que supera las dimensiones de nuestro mundo y no puede ser observable como tal.
   La Resurrección, sí, ha dejado sus signos entre nosotros: el sepulcro vacío, las apariciones y luego la presencia viva del Señor en nuestra existencia, a través de la Iglesia, en el mundo. Pero la Resurrección como tal no podía ser observable por nadie. Y si al Señor le gusta hacer las cosas en silencio y sin ser visto, la más radical de todas ha sido la Resurrección, porque nadie, ni siquiera la Virgen ni San José como fue en Navidad, han sido testigos, nadie, nadie.
   Y el Señor ha resucitado de noche. Sabemos que cuando las mujeres iban hacia el sepulcro estaba aún oscuro, estaba amaneciendo y se lo encontraron ya vacío. Y esto es verdaderamente significativo para nosotros porque Cristo es la luz del mundo, es el que ha iluminado las tinieblas del mundo, y con su Resurrección ha disipado las tinieblas del pecado, del sufrimiento y de la muerte. 
  El sepulcro que encontramos vacío es como el signo que nos hace comprender que toda realidad de pecado, de sufrimiento y de muerte ha sido transformada y vencida. El Señor ha resucitado y por eso toda realidad de oscuridad, de noche, en nuestra vida ha sido ya vencida.
   Si todavía en nuestra vida vemos que caminamos en el momento oscuro, llegará la luz, ha de llegar siempre, llegará.  

   Y llegará sin tardar, llegará en nuestra vida. Y tenemos que aprender a ver las cosas con la mirada de fe.   Tenemos que aprender a ver en el sufrimiento, en la cruz, en la oscuridad, incluso hasta en nuestro propio pecado, si desgraciadamente sucede, el anticipo, el camino que nos lleva hacia la vida. Tenemos que aprender a ver en toda oscuridad el anuncio de la gloria.
   Porque como dice un sacerdote amigo mío: todos los sufrimientos, todas las cruces están heridas de resurrección.  
   Por eso tenemos que aprender a vivir desde la alegría y el gozo de la Resurrección y aprender a comprender toda realidad de sepulcro, de sepulcro, que parece encerrada y tapada e irremediable, toda realidad de sepulcro comprender que está herida de resurrección. Y que el Señor lo ha hecho y Él es quien destapa, abre los sepulcros, quien desata los cepos, las ataduras, las cadenas, Él lo hace, Él lo hace y lo hará. 

   Y para nosotros desde la mañana de la Resurrección cada día que amanece es para nosotros el recuerdo vivo de Jesucristo resucitado. El amanecer del nuevo día tendría que traer para nosotros siempre la memoria de la Resurrección.
   ¿Conocéis alguna noche en la que luego no haya salido el sol? ¿Habéis entrado en algún túnel que luego no tuviera salida y habiendoos avisado que la tenía?
   Dejémonos alcanzar por la alegría, el gozo de Cristo Vivo.

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