DIOS ES AMOR, EL DIABLO TAMBIÉN....


Dios es amor, ¡enhorabuena!  El diablo también, sólo que amor propio. Su odio únicamente corresponde a ese amor y a su deseo de difundirlo. Eso le confiere una especie de vigilancia maternal sobre ese mal que es su bien, así como el instinto de ese sobrenatural del que quiere mantenerse virgen. Con sólo acercarse lo sobrenatural, él lo reconoce por todos los poros de  su sustancia y exclama de pronto: ¿Qué tengo yo contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido para atormentarnos antes de tiempo? (Mt 8,29; Mc 5,7; Lc 8,28). 

Lo que teme aquí no es la reclusión en el infierno, puesto que es el lugar que con todas sus fuerzas ha elegido como domicilio. Lo que le hace temblar, lo que lo atormenta, es la cercanía de la alegría, esa alegría que Jesús viene a dar gratuitamente por su cruz. La presión que hace sobre él ese bien gracioso al que se ha cerrado para siempre provoca su miedo y su indignación. Porque la alegría en cuestión tiene que romper nuestra compostura en una alabanza sin fin.

Horrible herida en el costado del amor propio. Frente al grito de alabanza contenido en el nombre del arcángel Miguel: Quis ut Deus?, "¿Quién como Dios?", él lanza hacia la multitud su grito de asamblea: Quis ut ego?, "Quién como Yo solo?".

Fabrice Hadjadj  (La fe de los demonios)



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