LA ENSEÑANZA DE LOURDES


Lourdes es el único lugar del mundo en el que se muestra como en una «exposición» a los más miserables, los pacientes que habitualmente se ocultan, a los que no se quiere ver, porque muestran  nuestra fragilidad y nuestras debilidades y discapacidad... Pero aquí esas heridas se convierten en puertas de luz, por la gracia de una mirada que no juzga y que ama. El fruto de nuestra experiencia de peregrinación podría ser una renovación de la mirada que aprende a amar y a dar vida. Las Bernarditas de hoy nos transmiten el reflejo de la sonrisa de María: los más pobres, los más frágiles nos hacen ver como «natural» la vida del Dios de Jesucristo. 

Propondríamos de buena gana repasar los capítulos 8 y 9 del Evangelio de San Mateo. Jesús baja de la montaña donde ha proclamado la nueva ley, no una ley distinta de la ley de Moisés, sino esa misma ley llevada a su plenitud por el don de su amor y el soplo de su Espíritu. Jesús, entonces, cura a los enfermos, para ofrecer al pueblo el gusto del mejor vino, dar la alegría del perdón, que hace posible al publicano Mateo curarse de la peor de las enfermedades, la del dinero: Jesús le dijo: «Sígueme». El hombre se levantó y lo siguió. «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa, misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» (Mt 9, 12-13)

Con María y Bernardita, damos gracias por el lugar y el tiempo de la Misericordia. Nuestros cuerpos y nuestros corazones están dispuestos para la obra de Dios, obra de curación y de perdón, que se nos confía para que la anunciemos y difundamos. 


Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.» (Mt 9, 35-38) 

Fuente: Lourdes.fr


  

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