EXCESO DE PREOCUPACIÓN


En un mundo tan agobiado por la urgente necesidad de resolver todos los problemas que aparecen en la vida o de huir de los mismos a cualquier precio, sentimos la tentación de preocuparnos en exceso por los problemas y dificultades de los demás para buscar ante todo cómo resolverlos, al margen de cualquier otra consideración. Esto hace que acabemos agobiados por una visión poco evangélica de la realidad y perdamos la gracia de nuestra vocación, que debería ser nuestra principal  preocupación, por estar demasiado preocupados o involucrados en multitud de problemas. El resultado es la pérdida de la libertad para discernir la voluntad de Dios y, consiguientemente, la orientación de la propia vida por un camino que no es evangélico. Es el riesgo del que nos advierte el Señor en el Evangelio: 

No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia (Mt 6,31-34 cf. 6,25-30). 


La respuesta pasa por mantener una visión evangélica de la vida y realizar un discernimiento adecuado de los problemas que nos ayude a descubrir qué dificultades hay que aceptar y cuáles hay que vencer, y qué problemas tenemos que hacer nuestros y cuáles hemos de eludir, según la voluntad de Dios. En definitiva, debemos saber que una cosa es «pre-ocuparse» y otra «ocuparse», de modo que la principal «preocupación» tiene que ser Dios y su gloria; y todo lo demás deben ser «ocupaciones», es decir, asuntos en los que se ha de trabajar con toda el alma, pero sin agobios y en presencia de Dios. Esa presencia nos dará la libertad y el valor para implicarnos a fondo en lo que le incumbe y dejar de lado lo que no es voluntad de Dios. 


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