LAS TRES SON FEMENINAS, LAS TRES SON MADRES, LAS TRES DAN VIDA.


Es ya inminente mi peregrinación al Santuario de Fátima, donde hace cien años se apareció la Virgen a los tres pastorcillos. El encuentro con la Virgen fue una experiencia de gracia que les hizo enamorarse de Jesús. Como tierna y buena Maestra, María introduce a los pequeños videntes en el íntimo conocimiento del amor trinitario y les lleva a saborear a Dios como la realidad más bonita de la existencia humana. No puedo no desear lo mismo a todos vosotros, queridos amigos. Más allá de cualquier otro objetivo que os haya traído a Roma y aquí os entretenga, que siempre esté esto: conocer y amar a Cristo —como diría el apóstol Pablo— intentando adaptarse cada vez más a Él hasta el don total de sí mismo.

La relación con la Virgen nos ayuda a tener una buena relación con la Iglesia: ambas son Madres. Vosotros conocéis, al respecto, el comentario de san Isaac, el abad de la Stella: lo que se puede decir de María se puede decir de la Iglesia y también de nuestra alma. Las tres son femeninas, las tres son Madres, las tres dan la vida. Es necesario por ello cultivar la relación filial con la Virgen, porque, si esto falta, hay algo de huérfano en el corazón. Un sacerdote que se olvida de la Madre, y sobre todo en los momentos de dificultad, le falta algo. Es como si fuese huérfano, mientras en realidad ¡no lo es! Se ha olvidado de su madre. Pero en los momentos difíciles el niño va hacia su madre, siempre. Y la Palabra de Dios nos enseña a ser como niños que empiezan a comer en los brazos de su madre (cf Salmo 131, 2).

Rezo a la Virgen de Fátima para que os enseñe a creer, adorar, esperar y amar como los beatos Francisco y Jacinta y la sierva de Dios Lucía.

Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Francisco (8 Mayo 2017)





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